Por: Rosario Herrera Guido
La revuelta y solamente la revuelta
es creadora de luz, y esta luz
no puede tomar sino tres caminos:
la poesía, la libertad y el amor.
André Bretón (Pinta del Mayo Francés de 1968).
La rebelión mundial de la juventud, en el principio, tuvo como horizonte la Primavera de Praga, el florido periodo de la liberación política de Checoslovaquia, durante la guerra fría, desde el 5 de enero hasta el 20 de agosto de 1968, cuando el país fue invadido por la URSS y sus aliados del Pacto de Varsovia (excepto Rumania).
Como se supo pero más tarde se reconoció, el movimiento estudiantil planetario empezó en Morelia, México, en la Universidad Nicolaita (1966). En el origen están antecedentes como la formación de la Central Campesina Independiente (CCI), la Central Nacional de Estudiantes Democráticos (CNED) y la Unión Nacional de Mujeres (UNM) del Partido Comunista Mexicano, que participaba en las movilizaciones campesinas, femeniles y estudiantiles. Grupos que, por su actividad política, no pudieron sustraerse a la represión del movimiento estudiantil de 1966, cuando el dictador Arriaga Rivera decidió arrancar de tajo el proyecto democrático de la universidad nicolita. A esto se suman la selección de Rector de julio de 1966 y las campañas que se habían intensificado desde abril.
Un tenso julio en la Morelia, en el que había espías del gobierno en la Junta de Gobierno de la Universidad y se presagiaba la intervención del aparato policíaco de la dictadura. Pero la Junta de Gobierno, apelando a la Autonomía Universitaria, nombra rector a Nicanor Gómez Reyes, y el dictador monta en cólera: “Yo les di la autonomía, y ustedes la entregan a los comunistas”. Y se abrió una tregua que duró sólo dos meses. Pues estalló la inconformidad por el alza de las tarifas del transporte urbano, que dejaba sin efecto el convenio entre los estudiantes y los concesionarios del transporte que les otorgaban subsidios.
A fines de septiembre y principios de octubre de 1966, la Federación de Estudiantes de la Universidad Michoacana (FEUM), entre cuyos líderes destacaban Efrén Capiz y Raúl Galván, la mayoría habitantes de las casas del estudiante, inician una protesta popular contra el alza del transporte.
El 2 de octubre de 1966, fecha premonitoria, se convocó a un mitin en el Portal Matamoros del centro de Morelia, rodeado de policías y porros del PRI, encabezados por Martín Guzmán, que les arrancaron con violencia el sonido a los líderes.
Pero Raúl Galván Leonardo llegó con otro. Durante el mitin se exigió la libertad a los presos políticos, que ya había, y la baja de las tarifas de los urbanos.
Al fin del mitin los estudiantes fueron a lapidar las oficinas del PRI, a enfrentar a los porros y a exigir en las oficinas de la Procuraduría de Justicia la devolución del aparato de sonido usurpado. Pero fueron recibidos a balazos, con un saldo de varios heridos y un muerto, el estudiante nicolaita Everardo Rodríguez Orbe.
Los estudiantes enviaron un telegrama al otro sátrapa, Gustavo Díaz Ordaz, pidiendo el juicio y la destitución del tirano Agustín Arriaga Rivera, El 3 de octubre, el movimiento estudiantil popular toma fuerza y se declara la huelga universitaria, la exigencia de la baja de tarifas urbanas y su municipalización, además del castigo a los culpables del asesinato del estudiante (los policías Fernando González, Julián Martínez y el grupo de choque priista). Cuando el rector Nicanor Gómez Reyes demanda al Congreso de la Unión la desaparición de poderes en el estado, y un grupo reducido de políticos y estudiantes lo acusan de cardenista, aumenta la polarización. El 4 de octubre, morelianos y michoacanos desbordan las calles durante el funeral del estudiante Everardo Rodríguez Orbe.
El funeral el filósofo Jaime Labastida y el Rector Nicanor Gómez Reyes piden la caída del “gobierno que no satisface los intereses populares”, pues el conflicto rebasaba el ámbito universitario porque las demandas eran de carácter social.
Yo que recién llegaba con mi familia del entonces D.F., justo a la casa de Hidalgo, y a pesar de mi juventud, aprendí lo que significaba la miseria de la política gubernamental y “el poder” usurpador, que tras la protesta estudiantil por antipopulares alzas en las tarifas del transporte urbano y el artero asesinato del estudiante nicolaita Everardo Rodríguez Orbe, el cobarde gobernador Agustín Arriaga Rivera, solicita el apoyo del ejército al poder federal, que hace su violenta llegada en paracaídas, además de su entrada al Colegio de San Nicolás, las Casas del Estudiante y hasta la caballería a la Catedral de Morelia, además de las detenciones y encarcelamientos, el Estado de Sitio, el cierre de garitas, los rondines de artillería y la caballería que se cruzaban en la calle principal, sobre cuyas azoteas estaban apostados soldados armados hasta los dientes, atemorizando y humillando a toda la población indefensa.
Después surgió el movimiento estudiantil en los Estados Unidos con Students for Democratic Society (1967). Luego el movimiento estudiantil francés, que no se reduce a Francia (mayo de 1968); como la Revolución Francesa, que se consumó en serie por el mundo, y cundió en México (1968), Europa y China. La Revolución Cultural China comienza con la rebeldía estudiantil en Pekín (mayo de 1989). En Francia no se redujo a una rebelión estudiantil, que en la Europa del siglo XIX termina en el terrorismo (que no es un fenómeno exclusivo del siglo XX).
Por lo que el pensador y psicoanalista francés Jacques Lacan concibe estos movimientos estudiantiles como síntomas políticos de nuestro tiempo: la rebelión contra el discurso del amo.
En el seminario que reconocemos dedicado al poder y la política, El reverso del psicoanálisis (1991), señala que el discurso del amo nace con la medicina de Hipócrates, quien exige al médico buen aspecto y autoridad sobre el enfermo, para encarnar los prestigios de su saber y poder. La barba hace más de la mitad de un médico, dice Molière, en El enfermo imaginario (1673), y por su actitud imperativa llega a ser amado por el enfermo, como su personaje Cleantes, que no se cura hasta que se hace médico.
Lacan reconoce el discurso del amo en la medicina, la religión, la educación, la psicología, el derecho y el orden político, para señalar que el saber adopta la posición del esclavo (como para el filósofo alemán Georg Hegel), que después de una lucha a muerte de puro prestigio entre el amo y el esclavo, el amo, tras enfrentar y superar la muerte, deja el trabajo al esclavo (el saber hacer), que el amo convierte en teoría (según la economía de Aristóteles). Pero el esclavo, por su trabajo, llega a ocupar el lugar del amo.
El discurso universitario, heredero del discurso del amo, privilegia el discurso del saber. La universidad informa el saber de los amos-maestros. La función de la universidad es acumular el saber, que a través de la pedagogía organiza los discursos y excluye del discurso oficial todos los nuevos saberes, porque los percibe amenazantes.
Por lo que la función principal del discurso universitario es obstaculizar el advenimiento de nuevos significantes, conceptos, interpretaciones que atenten contra el saber oficial. Pero —enseña Sócrates— nadie posee el saber y menos la verdad, porque el saber que busca la verdad sólo se produce dialogando: “la verdad habla”.
El discurso universitario revela que detrás de todos los intentos de impartir un saber, en apariencia neutral, está el proyecto de dominio del maestro hacia el alumno.
El discurso universitario es el paradigma de la hegemonía del saber moderno y científico. Pero, a pesar de que el discurso de la universidad —dice Lacan— es heredero del discurso del amo y la universidad surge de la Iglesia y por su herencia dogmática y autoritaria sigue siendo la Iglesia, puede generar un mundo que no esté dominado por el amo.
En 1968, Lacan muestra cómo la universidad, debido al capitalismo, comprometido con el culto al amo, se descompone y lleva a los estudiantes a llamar a la calle.
Y también los estudiantes en Alemania Oriental, después de suprimida la represión policial y la acción de las tropas de ocupación, gritan como las trompetas de Jericó, hasta que caer los muros. Los estudiantes exclamaron en nombre de valores democráticos e intelectuales. Aunque Lacan les recuerda a los universitarios su impotencia para ocupar el lugar del amo.
Como advierte Jacques Derrida, la universidad siempre se resiste al poder en su faz de dominación y usurpación, por lo que en ocasiones parece carente de poder propio. El movimiento estudiantil del mayo francés de 1968 modernizó a Francia. Los estudiantes encontraron a un amo más moderno, pero no pudieron ocupar su lugar (Lacan, El reverso del psicoanálisis, Paidós, 1991).
Como todos los movimientos estudiantiles, que se sucedieron en cadena por el mundo, fueron cruentamente reprimidos, la juventud tomó caminos desesperados y diversa fugas: las guerrillas, el terrorismo y el hipismo (Eduardo Subirats, “La disfunción de la Universidad”, Metamorfosis de la cultura moderna, Anthropos, 1991). Y en América Latina, algunas veces el trabajo comunitario, el socialismo cristiano, o la alfabetización y concientización de las enseñanzas de Paulo Freire y la desescolarización de Ivan Illich (con quienes estudié en el CIDOC de Cuernavaca y a quienes seguí y practiqué por algunos años en la Cartonera de Morelia y con los maestros rurales de Michoacán).
Recordemos que tras que Elena Poniatowska va a buscar a Raúl Álvarez Garín, líder estudiantil, al Palacio Negro de Lacumberri, para recrear La noche de Tlatelolco.
Testimonio de una historia oral (Era, 1971), la insuperable crónica de la matanza del 2 de octubre de 1968, fue más deslumbrante que las luces de bengala, verde y roja, lanzadas al caer la noche, en señal de ¡fuego! hacia las inocentes víctimas. Una desgarradora crónica después de la que los mexicanos ya no amanecimos igual y las generaciones futuras vieron con una luz distinta la noche del poder y la otra faz del ejército.
Tal vez, desde entonces, Octavio Paz vinculó la poesía a la revolución, dos pasiones que marcaron los derroteros de su vida, pues no encontraba oposición entre la poesía y la revolución: las dos alas de la misma pasión. De aquí que la rebelión juvenil le exaltaba más que la nebulosa política.
Ante el estallido francés de 1968 y sus proyecciones en México y los Estados Unidos, destacó que la tradición de los jóvenes era más poética que política; como el romanticismo, cuya rebelión no es tanto una disidencia intelectual, una heterodoxia, como una herejía pasional, vital, libertaria.
Por ello, cuando el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz ordenó la brutal y sanguinaria matanza de la Plaza de las Tres Culturas, Octavio Paz renunció a su puesto como embajador de la India.
Formado en medio de las turbulencias de las vanguardias, toma como tema central de su pensamiento y creación “la tradición de la ruptura”: negar la herencia para proyectarse en un futuro nuevo y esplendoroso. Porque la concepción de la historia como un proceso lineal progresivo se ha revelado inconsistente (Octavio Paz, Los hijos del limo, Seix Barral, 1874).
Como era de esperarse, el gran intelectual y escritor José Revueltas, quien ya había sorprendido con sus reflexiones sobre las miserias de la política gubernamental y la exhibición de las vísceras del poder usurpador: Muros de Agua, 1941 (Era 1978) y El Apando, Era 1969, en México 68: Juventud y Revolución, Era, 1978, concentra un valioso diario del movimiento Estudiantil, cual fresca, provocativa, lúcida, poética y profética herencia de dignidad y valentía, aún tras la matanza de Tlatelolco y el encarcelamiento de los líderes, como en una de sus memorables cartas a Martín Dozal: ¿Qué pasará con el Movimiento?
Te preguntas y me preguntas. Pasará y debe pasar que el regreso a los centros de educativos no debe tomarse sino como una pausa de la lucha, durante la cual se examine el camino recorrido y se adopten las medidas para proseguir adelante.
El regreso a clases deberá ser para reformar las clases, los métodos, los sistemas y todo el status educativo y revertir la educación superior, de una manera más sistemática, racional y organizada, fuera de las aulas para cuestionar las instituciones aberrantes de la burguesía (legislación del trabajo, organizaciones del control del campesinado, falta de libertad ciudadana, etc.), mediante una reforma educativa real, que se sustente sobre la metodología y los principios de la autogestión” (José Revueltas, México 68: juventud y revolución, Era, 1978:188).
Al memorial del Movimiento Estudiantil de 1968 y su cruenta represión en la Plaza de la Tres Culturas, el teñido 2 de octubre, por el sátrapa asesino de Gustavo Díaz Ordaz, le falta un cúmulo de información archivada y develada a cuenta gotas durante todos estos 50 años, los nombres propios de l@s muert@s, herid@s y desaparecid@s, la reparación de los daños, el castigo a los culpables vivos y la condena pública a los malhechores muertos, la condena a los vividores del 68, el perdón público del gobierno y la legislación de la erradicación de la criminalización de la protesta social. Ni perdón ni olvido: ¡Justicia!
Jamás el errático “perdón papal” que se anda queriendo inyectar en los recientes Foros de Pacificación, a través de la presencia y prédica hasta de arzobispos. México no necesita un presidente, quien quiera que fuere, que tenga la virtud de perdonar, sino uno que cumpla y haga cumplir la Carta Magna, las leyes que de ella emanan y los convenios internacionales en materia de derechos humanos.
1