Por Lexy Jiménez
Ayer cumplí 41 días de cuarentena y siete meses sin sexo, al paso que dictan las autoridades ante la contingencia sanitaria por el Covid-19, no tendré satisfacción hasta 2021. El aburrimiento y la curiosidad me condujeron hasta una simple app que prometía la salvación: un simple vibrador para el teléfono.
La reseña era esperanzadora, diferentes intensidades y modalidades de vibración “diseñada para dar placer”, pero curiosamente también la recomendaban para dormir bebés, ademas era gratuita, de inmediato la descargue, sintiendo que había descubierto el fuego.
A mis treinta y tantos años nunca había comprado un vibrador, los he usado, pero nunca tuve uno de mi propiedad…y ahora que lo pienso, mientras escribo esto, no entiendo porque nunca se me ocurrió comprar uno, ni siquiera cuando hice las compras de pánico antes de la cuarentena. Parece que el auto placer no es prioritario para la supervivencia en mi cuadrada estructura mental, y no es culpa mía pensar así.
Desde siempre nos enseñan que el sexo no es una necesidad básica, si bien es tan natural como existir, pensar en sexo es aludir a un limitado exceso, un breve paréntesis de maliciosidad, un pequeñísimo espació privado, tan cerrado, íntimo y obscuro como la vagina misma, y a muchas de nosotras nos han enseñado a ni siquiera pensar en ella, no la mires, no la toques, no la aflojes, no la ensucies; úsala, pero con responsabilidad, higiene y moderación, desde luego, nadie dice nada de sacudirle el clítoris con un teléfono inteligente.
En fin, ahora tenía una app de vibrador en mis manos, absolutamente discreta y no era un obsceno y vulgar vibrador de pilas con diseño de pene y testículos ornamentales. No tenía mayores explicaciones, pero la inteligencia elemental me decía que debía colocar mi teléfono -el mismo que después me pongo en la oreja- entre mis piernas para comenzar a disfrutar.
No tengo asco de mí misma, pero me pareció fuera de lugar la idea de embarrar el teléfono con lubricación vaginal, así que coloqué el teléfono entre mis piernas, con los calzones puestos, claro. Me invadió el horror cuando no sentí nada por más que lo moví alrededor, y ahora me encuentro en la disyuntiva que rompe todos mis esquemas: ¿me quito los calzones?
¡Carajo! ¡Ahora me siento como una virgen llena de preguntas! ¿y si le pongo una bolsa o papel aluminio a modo de condón?, pero el teléfono esta sucio y las bolsas también!! Llevan días guardadas bajo el lavabo, tampoco es higiénico ponerme eso cerca de la vagina…bueno, pero los penes de verdad tampoco vienen esterilizados antes de metérmelos, ya no se diga todas esas manos y objetos en todas aquellas noches de locura…¡mierda! Debo dejar de pensar tantas estupideces o mi frustración sexual crecerá ¡o peor aún! arruinaré el momento.
Sin embargo, pasó lo que más temía, mis miedos, dudas e inseguridades arruinaron por enésima vez mi momento romántico. Me falta mucho por aprender en el camino hacia la plenitud sexual y no lo conseguiré con una simple app gratuita para el teléfono, pero no la he borrado, sin duda llegará el momento de volver a experimentar.