Por: Paulina María
Grotesco es hablar de cuerpo.
Cuerpo acechado por la ira y el enojo, que no precisa explicitar su estar; un cuerpo víctima
de volición y ajeno de intelecto, por lo tanto cuerpo no performático. No existe el cuerpo
performático, el discurso del performance precisa de personas.
Cuerpo que rompe, involuntariamente, los estereotipos de la sociedad. Un cuerpo que no
puede no ser: gordo, flaco, chaparro en extremo, demasiado alto. Cuerpos que rompen con la
norma y el hilo de la belleza natural: los movimientos súper codificados de los niños y las
niñas genia, donde no hay torpeza, como se esperaría, sino el control más supremo:
inhumano.
El cuerpo grotesco se asemeja al animal y, en todo caso, es el animal precisamente el que
también nos llama a lo grotesco. Un movimiento inesperado, conlleva a gestualidades
exacerbadas, cada vez más hasta deformar el rostro; estertores en los cuatro miembros, saltos
jubilosos; el ánimo sube, hasta llegar a la euforia.
O un orgasmo.
Provoca risa, comicidad; también horror y asco.
No existe entonces cuerpo grotesco en la danza, ni en el teatro, ni en ningún arte. El cuerpo
grotesco no pertenece a las personas, ni a su volición, ni a su intelecto –si repito. El cuerpo
grotesco es una deformidad humanizada, es la deformidad humana.
―Animal― dijo mi hija. Animal fui en cuerpo de persona.
Aquellos demonios, tal vez, que trasladamos a cada lugar donde vamos, pero que también
son achacados por la mirada hiriente de una sociedad que etiqueta.
Cuerpo grotesco no es fealdad, ni mucho menos simulación de ella: es el horror encarnado y
atribuido.
El grotesco es rechazo. No es el asesino cometiendo su crimen, es el cuerpo tendido en el
pavimento lo que hace vomitar. Lo grotesco es lo verdaderamente antónimo a la belleza. No
lo abyecto, como sería el bello cuadro del violador penetrando por la fuerza a su víctima, o
la música de sus lamentos femeninos: erizan la piel, como todo sublime arte. Escabroso, una
nimiedad. Lo grotesco no pertenece a dios ni al orden de los hombres. Tampoco se podría
atribuir a Satanás. Altera el orden de las cosas y es figura siempre: imagen.
En lo grotesco no sólo habita lo terrible, la paradoja más compleja es que el cuerpo, mientras
no grotesco, también es belleza. Un estado entonces podría nombrarle, y no una categoría.
Que hace temer y que provoca rechazo. Grotesco incluso el vientre abultado de la mujer por
parir, que por la vida que crece dentro se deforma impredecible. Grotesco la Idea, nunca el
objeto.
*Inspirado en el tema de investigación de Yaeko Ramírez de la Maestría en Artes Escénicas de la Universidad
Veracruzana, generación 2019-2021.