Por Ruben Álcantar
El día viernes se llevó a cabo a lo largo y ancho del país, distintas marchas exigiendo justicia para las mujeres violentadas y agredidas. Dichas marchas se volvieron polémicas en la opinión pública, pues en el descontento de las mismas, se vieron empañadas por lamentables destrozos de calles, y especialmente del patrimonio público, como lo son monumentos históricos, llámese el ángel de la independencia (gravemente vandalizado), o hablando localmente, nuestra amada catedral y la fuente de las tarascas.
Estos actos por supuesto que empañan el movimiento ante los ojos de la opinión pública, manchan, sin embargo para nada deben eclipsar el motivo principal de la manifestación, más allá de su ejecución. La violencia contra las mujeres es una vergonzosa realidad, cada vez más cotidiana, si bien, no todas las muertes de mujeres son feminicidios, los asesinatos de mujeres, por el simple hecho de serlo, son toda una realidad en nuestro país. Sin embargo, y sin minimizar para nada el problema, son solo el desenlace de una larga cadena de agresiones y abusos, producto de una cultura machista y renuente a la ley.
De muy poco (por no decir nulo) nos sirve que tengamos leyes y protocolos especiales para mujeres, si no se van a cumplir. Peor aún, si son los encargados de hacer valer estas leyes y protocolos quienes son señalados de quebrantarlas.
Históricamente la evolución social nos ha llevado a la construcción del Estado, y ¿qué es el Estado? Si no la construcción de jerarquías para la estructuración de relaciones. Dichas jerarquías con dos obligaciones inherentes, la defensa del grupo frente al exterior y la solución de conflictos a su interior. O dicho en palabras más simples y modernas, la seguridad nacional y la impartición de justicia.
Cada sociedad define lo que esta considera justo y lo refleja a manera de leyes, leyes que el Estado debe encargarse de hacer valer. Es en el momento en el que un individuo, convencido de que los demás existen para su disfrute, no titubeara en abusar de los demás, en su persona y en sus propiedades. Y es el claro hecho de nuestra amada y doliente sociedad mexicana, si los hombres de una región se consideran, ya sea, distintos, o superiores, a los demás, por supuesto que abusaran de ellos.
A lo largo de la histórica construcción de dicho Estado, se nos ha implantado la idea de que todos los seres humanos, somos, en esencia, iguales. Históricamente la construcción ha sido otra, y prueba de ello es lo que decía George Orwell que “Todos somos iguales, pero algunos somos más iguales que otros”. Este idealismo de la igualdad a lo largo de toda nuestra historia se ha visto reflejado, solo quizá en la democracia, en la que ante la ley, todos valemos lo mismo, para elegir y ser elegidos. Otro caso idealista de igualdad, es la utopía, de lo que en ciencia económica se conoce como mercado, en el que el libre intercambio entre iguales produce la riqueza. Sin embargo, a lo largo de más de 500 años de construcción social moderna, el idealismo igualitario ha sido solo eso, uno idealismo.
Dicho idealismo se ha visto a lo largo de la historia perturbado, como ya se mencionó anteriormente lo que decía Orwell, respecto a que unos somos más iguales que otros, la sociedad ha tendido a organizarse, organizarse por religión, color de piel, ideología, clase social, alguna preferencia o por género. Dicha organización ha traído cierto orden político mundial, sin embargo, la natural división social del ser humano, es la que nos ha llevado a que en cualquiera de los estratos de esta, existan individuos con la percepción de superioridad por sobre de otros, la percepción de que la ley aplica de otra manera para ellos, llámesele percepción de privilegios.
Colores, géneros, credos y preferencias, resultan ser de manera mundial dificultades en la construcción social idónea. Sumémosle, en México nuestra tradición antilegal y un preservación del Estado de Derecho deleznable, no es de extrañarse el que, sin minorizar la problemática, se haga cada vez más cotidiana la violencia, por el simple hecho de, ser, no ser, pensar o no pensar, o simplemente ser diferente al de al lado.
La obligación del Estado es la construcción de una sociedad pacífica. Es su obligación hacer valer la ley a manera de Estado de Derecho, y de esta misma manera para quien no respete la misma, hacer valer con todo el uso de la fuerza su aplicación. Nuestra sociedad adolece demasiadas condiciones históricas, las cuales nos han llevado a la construcción social que hoy día tenemos, buena o mala, como cada quien la quiera percibir. Ya es una realidad y muy difícilmente cambiaremos en un abrir y cerrar de ojos lo que generaciones han construido, reitero, para mal. La problemática es una realidad, no hay nada que cuestionarse, a mí solo me gustaría preguntarme… ¿y el Estado de Derecho?