Por Rosario Herrera Guido
He aquí, a mi entender, la cuestión decisiva
para el destino de la especie humana:
si su desarrollo cultural logrará,
y en caso afirmativo en qué medida,
dominar la perturbación de la convivencia
que proviene de la humana pulsión de agresión
y de autoaniquilamiento
[…] Y ahora cabe esperar
que el otro de los dos «poderes celestiales»,
el Eros eterno, haga un esfuerzo
para afianzarse en la lucha
contra su enemigo igualmente inmortal.
¿Pero quién puede prever el desenlace?
Sigmund Freud, El malestar en la cultura (1930).
El odio a la mujer
—no sólo experimentado por los hombres,
sino también por las mujeres—
es consecuencia de la imposibilidad
de aceptar la diferencia radical,
por eso se la difama (dit-femme:
‘se la dice mujer’).
Jacques Lacan
I
La violencia social, en particular contra las mujeres, nos obliga a todos(as) a pensar en las raíces de una violencia y descomposición moral de la cultura, que responde no sólo a la ligereza y la corrupción con que son manipuladas y pervertidas las leyes, sino al enigma de lo femenino, la diferencia radical, lo absolutamente Otro, digno de adoración y odio. En realidad pretende ser un diálogo que invita a pensar desde una voz inescuchada: el diálogo entre la filosofía y el psicoanálisis, del que se pueden extraer consecuencias éticas y políticas. Un pensamiento que en este subtema sólo pretende esbozar la Violencia Social, para después pasar a la violencia contra lo femenino y por último a un más allá de la violencia contra lo femenino.
Claro que una crítica de lo social exige revisar varios libros como la Psicología de las masas y análisis del yo de Sigmund Freud, El discurso contra el Uno o de la servidumbre voluntaria de Etienne de La Boétie, el rebaño en la Voluntad de dominio de Friedrich Nietzsche, la Psicología de las multitudes de Gustav Le Bon, La rebelión de las masas de José Ortega y Gasset, la Psicología de las masas en el fascismo de Wilheim Reich, A la sombra de las mayorías silenciosas de Jean Baudrillard, Freud ¿apolítico de Gérard Pommier, Persona y democracia, una historia sacrificial de María Zambrano y Masa y Poder de Elías Canetti, entre otros más. Pero por razones de espacio, el recorrido es muy modesto: una breve interpretación de la Psicología de las masas y análisis de yo de Freud, A la sombra de las mayorías silenciosas de Jean Baudrillard y Freud ¿Apolítico? de Gérard Pommier.
La gregariedad humana ha sido abordada desde diversas doctrinas y formas. Pero aquí me voy reducir a la metáfora que Freud toma de El mundo como voluntad y representación de Artur Schopenhauer, que vierte en la Psicología de las masas (1921), para dar cuenta de la dinámica grupal: la sociedad es como un grupo de puercos espines que durante el invierno se aproximan para darse calor, pero al acercarse se clavan las púas, lo que los obliga a retirarse y a volver a padecer, como dice el tango “un frío más cruel que el odio”. Una metáfora que da cuenta de la ambivalencia humana: la oscilación entre el amor y el odio.
La modernidad pensó lo grupal a partir de la necesidad, pero desde la lectura de Sigmund Freud, Claude Lévi-Strauss, Pierre Clastres y Jacques Lacan, lo que prevalece es una causalidad trascendente, un símbolo que hace lazo social: el tótem, el ancestro, el líder, el jefe, el amo, el maestro, el rey o Dios. Un símbolo que identifica y cohesiona a los pueblos: la bandera, el escudo, el equipo de futbol y hasta el santo patrono de la nación o el barrio.
Mas como se sabe, Freud va más allá del símbolo al inventar el mito moderno de Tótem y Tabú (1913), en el que los changos no sólo se han bajado de los árboles porque se han acabado los frutos, sino porque matan al padre que les prohíbe gozar de sus hembras. El motivo del asesinato es por falta de goce sexual, al que después del asesinato ya no tendrán acceso, pues tras la falla moral —como señala el filósofo español Eugenio Trías— que conlleva la culpa, el objeto del crimen es elevado al rango de lo sagrado, motivo de culto, nacimiento de la cultura (Trías, Lógica del límite, Barcelona, Destino, 1991:367-397). Una falta que funda el primer lazo social que une a la humanidad, pues en el lugar de la fiesta totémica los hermanos edifican el tótem, juran una alianza fraterna y promulgan dos interdictos sobre los que se edifica la cultura: la prohibición del incesto y el parricidio.
Un auténtico mito moderno que gracias a que carece de pruebas científicas, como dice Freud, es un auténtico mito que permite pensar en el acceso de la humanidad a la simbolización. Un mito que se actualiza cada vez que hablamos o firmamos, pues lo hacemos en nombre de nuestro ancestro: el tótem. Nuestra firma, dice Gérard Pommier, signa nuestro origen, desde donde nos autorizamos a hablar como sujetos al lenguaje y del lenguaje (Pommier, Freud ¿apolítico? Buenos Aires, Nueva Visión, 1987:19).
Pero como este sujeto del lenguaje no puede definirse en su totalidad a sí mismo, con ninguna de las palabras que pronuncia, pues ninguna designa su ser, y cada palabra remite a otra para poderse significar, está marcado por una incompletud simbólica radical. Sólo el nombre del tótem, nombre patronímico se define a sí mismo, porque designa el origen mismo de la cadena de palabras, el origen de nuestra falta de goce de la madre, que es el Nombre-del-Padre, que introduce la prohibición del incesto, la ley fundante de la cultura, hasta nuevo aviso, que regula las relaciones de parentesco, introduce la ley del lenguaje y la diferencia de los sexos.
Por ello, el ser, el bien, el goce, la felicidad, son móviles de lo grupal, cuya consistencia es el símbolo. El motor de la historia es el rescate del goce perdido por los senderos del deseo. Los hombres y las mujeres no pueden gozar plenamente porque su nombre propio no designa su ser. Por esta falta de goce enganchan su ser a la imagen que de sí mismos les da el espejo y al semejante que les sirve de espejo, del que esperan un goce pleno, gracias a esa completud imaginaria que llamamos yo, que cree que la imagen del espejo es su ser: un acto que constituye el narcisismo humano. Porque sin el espejo, nuestra imagen es percibida fragmentada e incompleta.
Tal vez por ello, dice David Hume que “el yo es una colección de estampas”. En palabras de Borges: “No hay detrás de las caras un yo secreto que gobierna los actos y recibe las impresiones, somos únicamente la serie de esos actos y esas impresiones errantes” (Borges, “Otras inquisiciones”, Prosa Completa 1, Barcelona, Bruguera, 1980:289). Una frase que recuerda La fase del espejo de Jacques Lacan, a partir de la que Gérard Pommier propone: como no podemos estar todo el tiempo frente al espejo para asegurarnos una completud imaginaria, recurrimos al prójimo, con amor, odio y angustia, para tomarlo como espejo. Michel Tournier lo sugiere en su novela sobre Robinson y Viernes: “Narciso de un género nuevo, abismado de tristeza, extenuado de sí, meditó largamente cara a cara consigo mismo. Comprendió que nuestro rostro es esa parte de nuestra carne que modela y remodela, entíbiese y anima sin pausa la presencia de nuestros semejantes” (Tournier, Viernes o los limbos del pacífico, Caracas, Monte Ávila, 1971:76-77).
El prójimo aporta el rasgo unificador, la identificación que asegura la existencia y lo social mismo. Pero lo imaginario es del orden del semblante y la máscara. Por ello lo grupal vive en lo imaginario. Como dice Jean Baudrillard: “Sólo hacen masa los que están liberados de sus obligaciones simbólicas [… l Se les da sentido, quieren espectáculo. Ningún esfuerzo pudo convertirlas a la seriedad de los contenidos, ni siquiera a la seriedad del código. Se les dan mensajes, no quieren más que signos […] idolatran todos los contenidos mientras se resuelvan en una secuencia espectacular” (Baudrillard, A la sombra las mayorías silenciosas. Barcelona, Kairós, 1978:8-9). Pues el grupo sólo se sostiene en el líder que como se coloca en el ideal del yo hace lazo social, identificándose con la imagen del espejo, aportándole una completud imaginaria, a través de la identificación y el amor al líder. El grupo social parece estático, pero es dinámico. El grupo fortalece la imagen que cada cual tiene de sí mismo, para que la masa viva momentos de extrema felicidad, pero también de malestar en la cultura (que tanto Freud como Marx llaman síntoma).
La masa es la salvación del individuo, pero también su enajenación. Por estar alienado en la imagen del otro, en el semejante, la masa crea su propia trampa. El líder parece salvar al grupo de la ambivalencia amor-odio. Pero al líder se le ama y se le odia porque prohíbe el goce, que es exceso de placer, o por gozar y no dar cuenta al grupo de su goce (el caso del tirano, que como cree que él encarna la ley, no tiene autoridad porque es autoritario). Como el rey que se cree rey, que cree que de su ser emana el reinado (que es el caso del tirano, que es psicótico).
En cambio, el sujeto del lenguaje está antes del grupo y del yo, está entre cada palabra desde que vino al mundo y recibió un sexo, un nombre propio y un apellido, está anclado a la cadena de palabras, pues está dividido entre el nombre que lo representa ante los demás y su propio ser. Pero como este sujeto del lenguaje no se reconoce ni en la masa ni en el individuo, puede poner en peligro a la ciudad, pues es el sujeto del deseo, que se opone al poder. Aquí resplandece Sócrates, quien al lanzar sus ironías al amo de la ciudad le revela su impotencia. Brilla la imagen de Antígona, que colocándose más allá de las leyes de los dioses y de la Polis, interroga la arbitraria ley del tirano Creonte. Destacan Romeo y Julieta, que con su trágico amor transgreden la ley del odio que reina entre sus familias. Porque el sujeto del lenguaje puede combatir la enajenación, abandonar al amo de la ciudad, resistir a su poder, para encontrarse con el poder propio. Porque el yo es el que dificulta el encuentro con el poder propio, por el miedo al propio poder (Trías, Meditación sobre el poder, Barcelona, Anagrama, 1977:33-65). El mismo Marx, que no se atreve a pensar en la servidumbre voluntaria de un Etienne de La Boétie, afirma que “el esclavo besa sus cadenas”. Tal vez por ello Lacan destaca el espanto que se apodera del sujeto ante el propio poder.
Lo grupal sufre de ambivalencia. Amamos al prójimo porque sostiene nuestra imagen, pero lo odiamos porque al verlo completo lo imaginamos dueño de una felicidad que se nos escapa. Sólo un líder auténtico puede aligerar esta ambivalencia y cohesionar al grupo, superando lo que Lacan llama “odioamoración”, que no obstante permite la solidaridad, en respuesta al ser ético del ciudadano, que doblega al egoísmo, para no caer en la decadencia moral y política. Una solidaridad que se expresa en la disposición del sujeto a sacrificarse por la masa, en la acción colectiva.
Pero la unidad social que sólo posibilita un líder auténtico no es una unidad monolítica y estática. Como advierte el escritor Carlos Fuentes en su novela Los años con Laura Díaz: “Hay que cambiar la vida, dijo Rimbaud. Hay que cambiar el mundo, dijo Marx. Los dos están equivocados. Hay que diversificar la vida. Hay que pluralizar el mundo. Hay que abandonar la ilusión romántica de que la humanidad sólo será feliz si recupera la unidad perdida, Hay que abandonar la ilusión de totalidad. La palabra lo dice, hay sólo un paso entre el deseo de totalidad y la realidad totalitaria” (Fuentes, Los años con Laura Díaz, México, Alfaguara, 1999:420).
II
En el marco de la construcción de un concepto de “violencia contra lo femenino”, es preciso pensar, definir y proponer nuevas y efectivas políticas públicas, para poder implementar medidas de hondo calado que permitan superar y erradicar la violencia de género y los feminicidios en Michoacán, en México y el mundo, para pasar del pensamiento sobre la violencia hacia lo femenino a la prevención y acción tal violencia.
Desde el principio, Freud pone de manifiesto que la violencia está en el corazón de lo humano, pues lo inhumano está en las entrañas de lo humano, por lo que provoca una atracción irresistible. Una violencia que llama Pulsión de Muerte (Todestrieb). Un empuje tendiente a la satisfacción de la agresividad. Una violencia que aparece en un primer momento asociada a un suceso traumático, provocando un síntoma neurótico, a través de la sexualidad que irrumpe violentamente por la acción “perversa” de un adulto sobre un niño indefenso.
Años después, Freud abandona esta teoría, pero no la concepción de una violencia inseparable a la sexualidad. En sus Tres ensayos de teoría sexual (1905), propone el concepto de pulsión para lo humano, a diferencia del instinto animal, un elemento antinatural que introduce una violencia radical entre los seres humanos y el mundo. La pulsión, incluso la pulsión de Eros o vida (Lebenstrieb) introduce la violencia porque no asegura una armonía natural entre el sujeto y el objeto, que instaura un eterno desencuentro con el objeto buscado, que entra en disputa y se convierte en la fuente de la violencia por excelencia. En el origen del sujeto del deseo está la violencia, producto del doble crimen de Edipo: el incesto y el parricidio, que atan el deseo a la culpa, que introduce el erotismo bajo la forma de un sentimiento inconsciente de culpa, como necesidad de castigo.
A partir de 1920 la cultura ya no es la causa de la infelicidad humana, sino el orden del lenguaje, que permite el lazo social a través del amor, el Eros —como dice Platón— que todo lo reúne y crea unidades cada vez más amplias: parejas, familia, aldea, pueblo, ciudad, nación, mundo. Pero Eros, la pulsión de vida, exige el sacrificio del goce, el exceso de placer que colinda con el dolor y la muerte, en nombre de la cohesión y la unidad social. Una unidad social que está siempre amenazada por el fracaso del “ideal del yo”, un punto de identificación simbólica con el padre, mandatario, jefe, maestro, Dios, bandera, escudo, santo patrono, el equipo de fútbol, etc.), que posibilita el sentimiento de “comunidad”.
La pulsión de muerte atenta contra los lazos que el símbolo impone para mantener el orden social. Se trata de un fracaso que conduce a Freud a postular que la violencia es inseparable de la cultura, que encarna en la lucha entre Eros (reunión) y Thánatos (destrucción). Un antagonismo que es el motor de la vida de los hombres y las mujeres en la historia. Una violencia que se manifiesta tanto en las fuerzas destructivas como en la creación y la innovación.
La ley no es opuesta al crimen, tiene su lado “oscuro”, su dimensión irracional, incomprensible, obscena y feroz, cuya verdad Freud bautiza con el nombre de Superyo. Se trata de un contrasentido en la ley, pues al nombrar lo “prohibido” lo provoca, lo promueve e incita.
Pero hay una forma de violencia que consiste en la exclusión del Otro, el diferente —identificado con el mal— que debe ser segregado: “No conozco sino un solo origen de la fraternidad —digo humana, siempre el humus—, es la segregación. […] Simplemente en la sociedad […] todo lo que existe está fundado sobre la segregación y, en un primer tiempo, la fraternidad” (Lacan, L´envers de la psychanalyse, París, Seuil, 1991:132). La segregación que produce una fascinación insoportable que ejerce el goce supuesto al Otro, encarnado míticamente en Freud por el padre primordial que debe ser segregado del clan de los hijos para poderlo fundar.
Una relación del yo con el otro que es imaginaria y donde hay un mal que amenaza al yo: el otro, el semejante como espejo. El otro es el mal, porque es y no es yo: puede ser yo, pero una “pequeña diferencia” puede crispar la rivalidad narcisista, que tenderá a resolverse en la agresión y hasta en el exterminio, pero que siempre es autoagresión. Un modo imaginario de relación que se caracteriza por el desconocimiento de sí, que percibe en el otro el mal del mundo, y que tiende hacia el suicidio, pues pretende eliminar el mal que está en el otro golpeando la propia imagen. Un desconocimiento de sí que lleva a poner en el otro lo que los griegos llamaban el kakon (el mal), que no puede percibir en sí mismo: por ello lo que golpea no es otra cosa que el kakon [el mal] de su propio ser (Lacan, “Acerca de la causalidad psíquica”, Escritos 1, México, Siglo XXI, 1995:165).
Pero, ¿con este modo imaginario de la relación del yo con el otro, existe alguna posibilidad de coexistencia pacífica de ambos? Como desea Georg Hegel, interpretando Antígona en su Fenomenología del espíritu: “Que el hombre y la mujer ya no se deban nada”. Sí, una coexistencia que sólo es posible por la función simbólica que se concreta en el pacto como prenda de paz. Porque el símbolo es lo que media entre dos partes y posibilita el reconocimiento. Se trata del papel mediador de la palabra, como símbolo por excelencia que instituye el acuerdo, que puede evitar el enfrentamiento a muerte.
Porque la violencia no estalla cuando algo se pierde en la realidad sino cuando “hay demasiado”. Las manifestaciones verbales que la desencadenan señalan a ese “haber”: “hay demasiada corrupción”, “ya es el colmo”, “esto es excesivo”, un exceso que llamamos lo inmundo. La violencia es contra lo insoportable del exceso, que se le supone al Otro, al radicalmente diferente, en este caso a las mujeres. Expresión del odio a lo absolutamente diferente: lo femenino, que también está en los hombres.
El psicoanálisis revela que uno de los nombres de lo in-mundo refiere al mundus latino: la mujer. Si la mujer requiere de atavíos para ser y estar en el mundo, es porque ella ha sido imaginariamente lo in-mundo por excelencia. Lo que permite comprender por qué es el objeto privilegiado de la violencia. Una diferencia insoportable que la convierte en objeto de adoración y violencia.
III
Hay violencia contra las mujeres cuando Lydia Cacho la denuncia y en lugar de escucharla la violentan. Violencia en el hospital cuando las mujeres requieren de los médicos y enfermeras y se burlan de ellas. Hay violencia porque la Suprema Corte de Justicia tardó cinco años en aceptar la violación en el matrimonio. Violencia porque el trabajo de las mujeres vale menos que el de los hombres. Violencia que no se apacigua con más y más armas, ejército y policía, sino instaurando un auténtico Estado de Derecho, legal y legítimo, representativo y participativo. Violencia política cuando las mujeres son concebidas como lavadoras con dos patas (Vicente Fox). Violencia religiosa si se sostiene sin bochorno que un espermatozoide es un ser humano, cuando el Evangelio dice que un ser humano es un ser humano hasta que Dios lo nombra en el bautismo. Violación de las mujeres humildes porque el código militar deja impunes estos delitos. Violencia contra las mujeres cuando se contrata sólo a hombres hasta en la Universidad (paradigma de universalidad), humanismo e inteligencia. Violencia comercial, pornográfica, que pone en venta el cuerpo de las mujeres. Violencia porque quienes se dedican a la prostitución infantil y de jovencitas están libres.
Violencia porque el 30 de noviembre de 2006 se justificó la desaparición de la fiscalía especial para los crímenes del pasado, porque se había agotado la materia objeto de su trabajo. Vergonzante porque en comparación con otros países, México todavía no se indigna lo suficiente por las mal llamadas “muertas de Juárez”, o del Estado de México, o Michoacán, cuando fueron asesinadas, …ni clama por erradicar la impunidad en todos los órdenes y hacer un ajuste de cuentas con el pasado, para que pueda haber un futuro posible para México, como Ricardo Lagos en Chile, Néstor Kirchner en Argentina y Tabaré Vázquez Rosas en Uruguay, en respuesta a la indignación de sus pueblos, que han dado el ejemplo al mundo de la importancia que tiene para un país procesar su pasado histórico, para poder ofrecer a la nación un futuro posible por venir.
Violencia también si las mujeres asumen su papel de víctimas o se las victimiza con fines comerciales o políticos; porque sólo se puede ir más allá de su sometimiento si se ofrecen espacios donde se pueda verbalizar lo que ponen para seguir siendo violentadas.
Un más allá de la violencia que no terminaría de enumerar, y para la que no propongo una Utopía, un lugar que no existe, sino una Eutopía, un buen lugar en el que las ciudadanas puedan proponer políticas públicas y programas y evaluarlos, para resolver la problemática de las mujeres, para lo que es preciso que el gobierno y las mujeres caminemos paralelamente, para poder dar respuesta a las demandas específicas, a través de programas gubernamentales que coordinen las ciudadanas, los consejos populares y las organizaciones civiles, para que las demandas de resolución de problemas y los problemas mismos no se congelen en las instancias de las mujeres y el Estado.
Más allá de la violencia para que las mujeres en México impulsen una política de género que reconozca tres asignaturas pendientes: 1) una vida democrática participativa que se exprese en la vida cotidiana de la familia, escuela, trabajo y la sociedad en general, no sólo a través de una democracia representativa y electoral, sino participativa; 2) un programa económico que no se reduzca a insertar a las mujeres en la vida productiva como mano de obra explotada, acompañada de la utilización irracional de la naturaleza, sino en un trabajo bien remunerado equitativo y valorado que promueva un desarrollo sustentable, en un ambiente equitativo e igualitario; 3) unas políticas públicas que respondan a las demandas de la agenda social: la seguridad social, la protección digna de la maternidad, la lactancia, la infancia, la juventud, la madurez y la tercera edad, desde la Educación Preescolar hasta la Universidad y Tecnológico, reconociendo los derechos de las mujeres a decidir sus destinos, a la educación, la recreación, la salud pública, la justicia puntual y expedita, así como la protección de las garantías individuales.
Más allá de la violencia para reconocer y evaluar las fuentes de riqueza propias y las posibilidades de producirla racionalmente con recursos y tecnología propios. Una riqueza que es impensable e imposible de producir sin considerar como prioritaria la riqueza cultural. Más allá de la violencia, donde las mujeres caminen al lado de un Estado y de una instituciones dirigentes y planificadoras, sustento de la soberanía nacional, a través de un diálogo permanente y entendimiento democráticos.
Un más allá de la violencia donde sea posible la protección social y la seguridad pública que, fundadas en un Estado de Derecho, no permita el imperio del derecho de Estado, en el que el autoritarismo y el totalitarismo decide la militarización del país, sin el consentimiento del pueblo, sustento de la soberanía nacional, y sin la autorización del Poder Legislativo, poniendo en peligro la integridad física de las mujeres y de los ciudadanos en general.
Un más allá de la violencia de género que impulse una nueva planeación de la seguridad pública y de la protección ciudadana, a través de una educación en valores, una cultura cívica fundada en la solidaridad, un programa de prevención del delito, el combate frontal y con uniformados al crimen organizado, cual patraña gubernamental (que no utiliza servicios de inteligencia ni desmantela redes financieras), y que ha conducido a la impunidad y a la descomposición moral de toda la sociedad.
Más allá de la violencia contra las mujeres, sin victimizarlas, por las mujeres de México, Latinoamérica, México y el mundo, por el deber de encender lámparas para nosotras y las que vienen detrás.