His level of egotism is rarely
exhibited outside of a clinical environment.
(Su nivel de egotismo es raramente exhibido
fuera de un medio ambiente clínico).
David Remnick, “An american tragedy”,
The New Yorker, 9/11/2016.
Trumpism as a social experience
can be understood as psychotic-like phenomenon.
El Trumpismo como experiencia social
puede ser entendido como un fenómeno psicótico).
Joel Whitebook (The New York Times, march 20, 2017).
Por: Rosario Herrera Guido
Morelia, Michoacán.- Cuando escribí para el Blog de AMMU, “Un diván para Donald Trump”, la mayoría de los periodistas y analistas políticos no se habían atrevido a tocar con claridad y seriedad el paralelo de la conducta de Donald Trump con la psicosis y menos con la psicotización de la sociedad norteamericana. En el entendido de que un psicótico en el poder y en el lugar del símbolo identitario de una nación psicotiza o por lo menos provoca que aflore una tendencia a la psicosis. Claro que la estructura psicótica ya está ahí; el discurso paranoico del líder sólo recoge la cosecha.
Desde el principio de su campaña, tanto sus arengas a las masas como sus debates daban cuenta del carácter paranoico del discurso de Donald Trump: 1) como el paladín de los olvidados a los que sólo él podía redimir (delirio de grandeza); 2) el empresario que siempre había logrado lo que quería (con trampas y quiebras); 3) el narcisista, en el centro del universo, cuya egolatría se expresa en el odio a los diferentes, mujeres, extranjeros, migrantes, homosexuales… los otros que no son él (pruebas finas para diagnosticar la paranoia); 4) el erotómano, rodeado de mujeres (el delirio de afirmar una virilidad en duda); 5) el trasgresor de la ley, desde la campaña, que insulta a Hillary Clinton en un debate público con un “Whalt a nasty woman” (Qué pinche vieja), ¡sin ser descalificado de la contienda!
Una conducta que ya anunciaba la gran pesadilla para el pueblo norteamericano. Pero aún sumado todo esto, nadie imaginó estos cuatro años de pesadillas, que por fortuna terminan, sí y sólo sí, el sistema le pone un alto definitivo a toda esta paranoia posicionada del Partido Republicano y el Estado norteamericano. Con un personaje tan atrabiliario, sin ley, del que no podía esperarse otro desenlace.
Recientemente, The New York Times, hizo una lista de los insultos que profirió a lo largo de estos cuatro años, a voz en cuello, por twitter, su arma favorita de combate, especialmente a los mexicanos, sin ningún signo de indignación del Gobierno de México. Un Trump, no cabe duda, resultado de la parte más radical de la sociedad, o de la sociedad estadunidense con su delirio supremacista blanco, psicotizado, que se apoderó de gran parte del Partido Republicano; un partido que se caracterizó como un organismo de leyes, conservador, pero que terminó dándole espacio a teorías de la conspiración, y a soportar durante cuatro años los insufribles desplantes del inquilino de la Casa Blanca.
Sin duda, el proyecto de hacer de “America Firt”, condujo a una desaparición de los Estados Unidos de Norteamérica, hasta del mapa mundial, algo inédito en la historia política de este país. Un abismo que Joe Biden y Kamala Harris tienen el reto de dragar, y que les va a exigir un gran esfuerzo y tiempo. En un momento en que algunas potencias ya están aprovechando el delicado momento del Imperio del Norte, para ocupar espacios vacíos: Armenia, Turquía, China, Rusia, más los que se sumen. Un cambio excesivo en el tablero del ajedrez de “el casino global” (Eugenio Trías) que, aunque se sabe que Biden ha conformado un gabinete muy sólido, va a tener que construir una política de gobierno, pública e internacional muy amplia ante semejante desafío.
Trump, sin ideología cual ninguna y a la sombra de Steve Bannon, a quien antes de irse indulta, arrancó del mapa mundial a Estados Unidos de Norteamérica, destrozó instituciones afuera y adentro. En un momento delicado de la pandemia de covid-19, se salió de la Organización Mundial de la salud (OMS), retiró el subsidio a organismos internacionales, como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM). Además de dejar un país gravemente dividido y herido, con seguidores, por decirlo suave enardecidos, enloquecidos por acentuarlo fuerte, que ya no creen en la democracia ni en el sistema del que se enorgullecían.
Joe Biden y Kamala Harris van a tener que zurcir el rompecabezas que le ha dejado el incómodo inquilino de la Casa Blanca, programar la pandemia tan mal entendida y tratada por Trump, además de sus devastadoras consecuencias económicas. Porque va a ser necesario regresar a Estados Unidos al mundo y emprender una tarea de reconciliación que se antoja titánica, pero no imposible. A Biden y Harris les toca rebasar el populismo tan bien pensado por la politóloga italo-norteamericana Nadia Urbinati, que lo pinta de cuerpo entero en uno de sus últimos libros: “Yo, el pueblo. Cómo el pupulismo transforma la democracia” (Urbinati, Grano de sal, Porrúa, 2020).
Biden y Harris, en el primer día de su gobierno, lanzan una propuesta de Restructuración del Sistema Migratorio, un camino largamente esperado por 12 millones de indocumentados, el 3.5 % de la población, para obtener la ciudadanía, además de un fondo de 4 mil millones de dólares para América Central, a fin de remediar la migración desde su origen: ilegalidad, crimen organizado, corrupción, impunidad, miseria e inseguridad.
La empresa de Biden y Harris no será fácil de llevar a buen destino, con un país exhausto de twitters a todas horas y por cuatro años, lanzados por un tipo delirante que quería a todas horas que no se hablara de otra cosa más que de su “maravillosa presencia”. Pero ya va a ser un descanso para el espíritu de los norteamericanos, una sola frase de Biden: “Me voy a equivocar y ustedes me lo tienen que decir, además de ayudarme a corregir mis errores”. ¡Qué paz va a producir la llegada de un ser humano a la Casa Blanca, terrícola, frágil y mortal, dispuesto, al menos de palabra pública, a corregir errores, cosa que no ha sucedido con los soberanos y mandatarios de la historia del mundo. Dice la sabiduría popular que el poder enloquece. Yo siempre me reservo la hipótesis de que quienes aspiran a ocupar el lugar central de un pueblo o nación, el problemático lugar del padre, ya poseen condiciones estructurales subjetivas para delirar, en el discurso y/o las acciones.
El fin de la pesadilla parece terminar hasta con un intento de Golpe de Estado. Por eso el desgobierno de Trump será recordado como uno de los más confrontantes y adversos de la historia de la democracia norteamericana y la posición de los Estados Unidos de Norteamérica en el concierto de las naciones.
Una frase del discurso de Biden, un quiasmo poético esperanzador, viene a maquillar el ya de por sí sempiterno Delirio de un Imperio: “El mundo nos mira y este es mi mensaje más allá de nuestras fronteras. América ha sido puesta a prueba y hemos salido más fuertes. Vamos a retomar nuestras alianzas y volveremos a comprometernos con el mundo, no sólo para los retos del futuro sino para los de hoy, no por el ejemplo de nuestra fuerza, sino por la fuerza de nuestro ejemplo”. Un discurso que cerró con broche de oro la joven poeta Amanda Gorman, que no sólo superó en popularidad en las redes a políticos y artistas, sino que evocó a Walt Whitman, el poeta que “no caminaba ni una milla sin amor”: “Siempre hay luz, si somos lo suficientemente valientes para verla, si somos capaces de ser esa luz”.