Por: Rosario Herrera Guido
La protección de los animales
forma parte esencial de la moral
y de la cultura de los pueblos civilizados.
Benito Juárez
Debe haber una manera,
pero todo depende de López Obrador.
Es el rayo de esperanza
que le queda a la vaquita marina.
Brooke Bessesen
Este pasado 21 de marzo, el periodista Richard Parker, publica un alarmante y conmovedor artículo en el diario The New York Times, con el título “López Obrador tiene en sus manos el futuro de la vaquita marina”.
De inmediato vinieron a mi memoria las desesperanzadoras palabras de mi vieja y gran amiga Marielena Hoyo, la heroica e incomprendida directora del Zoológico de Chapultepec, durante 15 años: “Mi querida Rosario, en el próximo sexenio el panorama para los animales no se vislumbra próspero”. Pero, ¿por qué? –le pregunté. Y en breve me contestó: “Ninguno de los candidatos tiene ni un canario”.
Y también recordé a mi amiga, animalista de toda la vida, Laura González Careaga, también incomprendida directora del Zoo de Aguascalientes, quien me comentó desde 2006, que andaba tras de Obrador, porque él sí se había comprometido con los ambientalistas y animalistas a responder por el medio ambiente y el bienestar animal, y hasta de cerrar las plazas de toros, como su líder político y espiritual: Benito Juárez.
Todas las voces, intuitivas o expertas, coinciden en que actualmente queda muy poco por hacer para salvar a la vaquita marina. Pero un coro que no cancela la esperanza, menos en “el gobierno de la esperanza de México”.
Porque el destino de la marsopa es terminar herida de muerte, tras ser arrastrada por las redes de enmalle en la desenfrenada pesca de la totoaba, por su millonaria y afrodisíaca vejiga natatoria, que el mercado negro lleva a las mesas de los magnates orientales, tan ricos como impotentes.
Estamos, al parecer, ante una reactualizada fiebre del oro, en pleno Golfo de California, en la que ya entraron hasta los cárteles del crimen organizado, en un momento en que se calculan vivos unos diez o veintidós especímenes.
Un crítico horizonte para el Mar de Cortez, el único hogar de la vaquita marina, en el que sólo falta una estricta y vigilada prohibición de las redes de enmalle, donde queda atrapada y colateralmente muerta, el mamífero endémico en peligro de extinción, al que no han podido salvar ni Leonardo DiCaprio, ni Enrique Peña Nieto ni los acuerdos de las Naciones Unidas.
Los pescadores furtivos, con sus redes de enmalle y sus filamentos de nailon que flotan en la superficie, con un peso importante en la parte baja, enredan todo ser marino que pasa: cachorros de león marino, tiburones blancos y vaquitas marinas.
Todo preparado para la pesca de la totoaba, que también ya es considerada una especie en extinción. Pero salvarlas todavía es posible si se planean soluciones, para tener más tiempo, porque no se trata de un juego de cálculos sino de tiempo.
Debe haber una manera, pero todo depende de López Obrador (Bessesen, Science politics and crime in the Sea of Cortes, Amazon).
Una gran presión para salvar a la vaquita marina procede de Estados Unidos. Porque a mediados de 2018, una corte especializada en comercio internacional, con sede en Nueva York, prohibió temporalmente las importaciones mexicanas de mariscos capturados con redes de enmalle en el Golfo de California.
Una orden como respuesta a una demanda presentada por ecologistas, que se quejaron del gobierno de Trump, por violentar la ley de 1972, que prohíbe que los mamíferos sean asesinados durante la pesca.
Un gran golpe a la industria pesquera, que significa un promedio de 1400 toneladas de mariscos, que equivale a 300 millones de dólares. Sin olvidar que la tienda Trader Joe’s ya había prohibido, en sus nada despreciables quinientas tiendas, la venta de camarón del Mar de Cortez, justo porque las vaquitas marinas estaban siendo asesinadas en las redes de enmalle para capturar a esos mariscos.
La permanencia de uno de los símbolos nacionales de México es la Vaquita Marina (junto con el Águila Dorada y el Jaguar). Además del rescate de una millonaria industria pesquera en problemas. Ambas van a ser unas pruebas de fuego para “el presidente juarista”, que no va a poder escudarse en que el interés por los animales es parte de la hipocresía puritana, la doble moral burguesa o fifí, sino un tema ambiental y de protección animal, que pone en peligro también la vida humana, ante ya bruno horizonte del cambio climático.
Además del rescate de la industria pesquera de la región, que tiene un nada despreciable impacto en la economía nacional.
Como cierra Richard Parker su urgente llamado en The New York Times: “Entonces sí hay esperanza. Pero, en el Mar de Cortez, hay poco tiempo para el presidente y para la vaquita marina”.