Por Rosario Herrera Guido
Si queremos comprender a fondo el racismo necesitamos profundizar en el conocimiento de la paranoia.
Jacques Lacan
Ni siquiera se necesita seguir a detalle “La Tragedia del Trumpismo”, que aqueja a nuestros vecinos del norte y al mundo, desde la desaseada campaña de Donald Trump para reptar hacia la Presidencia de los EUA, pasando por el ataque de supremacistas blancos y neonazis en Charlottesville, Virginia, seguido del genocidio de Padock en Las Vegas, para concluir en la masacre anunciada de El Paso, Texas, ante lo que Donald Trump, como acostumbra, no sabe hacer otra cosa que enviar un embustero mensaje por su cuenta de twitter: “¡Qué Dios los bendiga!”. Pues los antecedentes del incómodo habitante de la Casa Blanca, cuentan con todos los ingredientes de una Gran Tormenta, que ya estaba en el coctel de la personalidad del candidato, en su campaña, programa y mal gobierno: el Rescate de América para los Americanos, a saber, los blancos como él, donde no cabe nadie más.
Hasta quien medio siguió escenas de la campaña de Trump, pudo constatar la presencia en todos los mítines de los supremacistas blancos, neonazis con suásticas en sus chamarras y hasta Ku klux klanes disfrazados de caballeros, sin que el candidato los sancionara o limitara en sus arengas, pues eran la materia prima de su triunfo, sus seguidores y votantes cautivos, a los que incitaba a gritos destacando que eran los migrantes, mexicanos y musulmanes, los culpables del desempleo, el terrorismo, la violencia, la maldad, el vicio, la criminalidad, las violaciones, los asesinatos, la drogadicción y la crisis económica de USA. Aunque Trump sabe que el racismo y la xenofobia siempre han estado allí, pues no son más que su fiel espejo, ¿cómo no reconocer a sus seguidores que no estaban esperando a que Trump sembrara en ellos el odio racista, sino sólo a que lo cosechara? Porque Trump, aunque con una personalidad sospechosa de paranoia, no crea la psicosis en el pueblo blanco, sólo los saca del closet para que salgan a materializar su delirio de grandeza, que invariablemente termina en el asesinato o el genocidio.
“Infancia es destino”, decía el psicoanalista y buen amigo Santiago Ramírez. Una idea que puede apoyar el resultado de una investigación periodística de Ricardo Rocha: “Todo comenzó con el prostíbulo del abuelo, Frederich Drumfp, originario de Kallstadt, un pueblito alemán, quien con escasos 16 años se fugó del servicio militar, y llegó a Nueva York, sin una palabra de inglés, pero dispuesto hasta cambiarse el nombre del padre dos veces: primero por Trumpf y luego por Trump, para que, en tiempos de la gran guerra con los nazis, se asemejara al inglés, para evitar la persecución” (El Universal, 01/02/17). Y no es poca cosa, tener un abuelo que por dos veces expulsa el nombre del padre, representante simbólico de la ley, que prohíbe el incesto, el parricidio, todo tipo de asesinato e introduce la ley del lenguaje, la diferencia de los sexos y toda posible diferencia (para evitar la misoginia, la xenofobia, el racismo). Una expulsión del nombre del padre que es un rasgo inconfundible de la paranoia. Por ello la escuela inglesa de psicoanálisis dice que se necesitan Tres Generaciones para que se constituya una paranoia, paradigma de las psicosis.
Primera Repetición de Trump. Tras las huellas del abuelo, por confusión con él, no le queda más que la repetición: la evasión de ir él mismo a la guerra (ahora que las promueve como nunca, no sólo porque cree que “Estados Unidos siempre ha ganado todas las guerras”, olvidando la de Viet Nam y las que viene perdiendo, sino porque debe cumplir con lo que pactó con la National Rifle Association, a cambio de 30 millones de dólares para su campaña hacia la presidencia y 17 millones de dólares para hacer fracasar a Hillary Clinton.
Segunda Repetición de Trump. El abuelo de Trump, en tiempos de la fiebre del oro, compra un restaurante en la zona roja de Seattle (“Poodle Dog”), donde vende alcohol, comida y mujeres, y ya con fortuna regresa a Nueva York, donde incursiona con gran éxito en el negocio inmobiliario. Tanto las casas de juego como los burdeles parecen ser su gran herencia o su máxima confusión con su abuelo.
Tercera Repetición de Trump. Fred Trump, Junior, el padre de Donald Trump, se dedica a la venta y renta de casas en Brooklyn y Queens, donde se vincula con el KU Klux Klan, y participa con mil racistas en una pelea contra cien policías, tras cuya zacapela es arrestado (Hemeroteca del New York Times). Una historia de negocios inmobiliarios y de racismo que no sólo influye sino que lo marca, pues Donald Trump también se interna en el negocio inmobiliario, donde provoca un escándalo por no querer rentarles a negros y latinos.
Cuarta Repetición. El carácter paranoico del discurso de Trump está en su programa de campaña y de gobierno: 1) el Paladín de los olvidados a los que sólo él puede redimir (delirio de grandeza); 2) el Empresario constructor siempre triunfante (¿con seis quiebras?); 3) el Narcisista, que desde el centro del Universo, mira a los otros tan pequeños como despreciables, los negros y morenos, los pobres y migrantes, ¡sin faltar los homosexuales y las mujeres! (pruebas finas para diagnosticar la paranoia); 4) el Erotómano, rodeado de mujeres, metido en los concursos de belleza mundiales, alardeando su machismo (otra prueba para el diagnóstico de la paranoia); 5) el ególatra que, como expulsa la Ley, la transgrede, viola todas las reglas electorales sin ser descalificado, como el memorabledebate en el que ofende a su contrincante, Hillary Clinton, con un “What a nasty woman” (“Qué pinche vieja”) y 6) el constructor de un Muro entre él y susvecinos (xenofobia). Y no es cualquier cosa la sola sospecha de que un paranoico haya llegado a la Casa Blanca, en cuyo sótano está el botón para desatar la Guerra Nuclear.
Como se difundió, antes de que el genocida Patrick Crusius se apostara armado y dispuesto a matar a los más mexicanos que pudiera, frente a una tienda de Walmart en El Paso, Texas, un tremendo y trágico documento apareció en la polémica plataforma “8chan”, un refugio para supremacistas blancos (xenófobos, paranoicos, psicópatas), que pronto borró su contenido, aunque más tarde, Crusius comenzara a disparar contra cientos de personas que, según las autoridades, se encontraban en la tienda, matando más de 20 personas e hiriendo a otras 26, como el peor tiroteo en la reciente historia de los Estados Unidos.
En el texto, que los medios de Estados Unidos adjudican al autor, se asegura que moriría justo el mismo día, aunque Crusius se entregó poco después a la policía sin resistencia. El fiscal de distrito, Jaime Esparza, para no buscarse problemas con Trump, concluyó que el caso iba a ser tratado como “terrorismo doméstico”, y que se buscaría para el genocida la pena de muerte.
¿Qué más puede hacer “el poder”, ante la sociopatía o psicopatía, que primero se prepara en la escuela de cacería del padre, luego en la venta masiva de armas y el negocio de la National Rifle Association, y más tarde en el discurso de odio de Trump, desde su campaña o desde siempre? ¡Maten el mal, que quién sabe o quién quiere saber de dónde viene! ¡Qué ajenos y qué lejos están las autoridades del Primer Mundo y también del Tercer Mundo, para leer los signos sociales, interpretarlos e intervenir con políticas públicas y programas para al menos poder superar o abatir la violencia y el genocidio!
Mientras tanto, las evasivas del poder mexicano siguen su curso y sin rubor, tanto de Ebrard como de Obrador, para simular que se está haciendo algo realmente trascendente al respecto y para no contrariar al siniestro habitante de la Casa Blanca: 1) fue un acto terrorista; 2) hay que regular las armas e impedir que entren a México; 3) vamos a juzgar al genocida en México y 4) el Gobierno de México considera que el supramacismo blanco no cabe en el mundo.
Una añeja historia norteamericana sostiene un sistema de engañosas gestas y sangrientas masacres, que honra el 15 de diciembre de 1791 (15 años después de la Revolución de Independencia de 1776), fecha en la fue incorporada a la Constitución la Segunda Enmienda, que resguardaba “el derecho del pueblo a tener y portar armas”, para “garantizar un Estado Libre”. Porque el cuarto presidente, James Madison, argumentó que el uso de armas sin restricciones serviría para ejercer el derecho ciudadano a la legítima defensa, ante la debilidad del Estado para defender a la ciudanía o incluso ante la eventual extralimitación del poder del Estado. De modo que la defensa de la bandera es el estandarte santo y la segunda enmienda el credo. Entonces, el objetivo de la National Riffle Association siempre ha sido y será derrotar donde sea, cuando sea y como sea la histeria anti-armas, pues si no se acaba el Gran Negocio, un emporio suicida de embaucadores y timados. Para ello es preciso leer la masacre anunciada de El Paso, Texas, como una pesadilla de la que sólo hay que despertar para seguir comprando más armas. Pues, después de que Nancy Pelosi, Presidenta de la Cámara de Representantes, miembro del Partido Demócrata, salió corriendo tras la masacre anunciada de El paso, Texas, a tratar de componer el entuerto, buscando firmas de los Republicanos, para que los jóvenes no puedan comprar armas letales como confites en los supermercados hasta los 21 años. Qué medida tan eficaz. Sí, porque pronto van a necesitar la ayuda millonaria en dólares de la National Riffle Association, para ganarle a Trump. Por lo que, como dice Trump, tras cada masacre: “¿Qué Dios los bendiga?”