Rosario Herrera Guido
Soy de la idea de que
por haberme iniciado como periodista,
voy a ser periodista hasta que me muera.
Y debo decirle que para mí
la decisión de dar el paso del periodismo a la literatura
fue algo aterrador.
¡Cómo saltar encima de un precipicio
y salir al otro lado!
Elena Poniatowska
Elena Poniatowska Amor (París, Francia, 19 de mayo de 1932), naturalizada mexicana, la Princesa Roja, sobrina de la poetisa Pita Amor, periodista, escritora, poeta y activista política de izquierda, galardonada el 19 de noviembre con el Premio Cervantes 2013, el Nobel de las Letras Hispanas, con el que se integra al Parnaso de las Letras Mexicanas y Universales, al lado de José Emilio Pacheco, Sergio Pitol y Carlos Fuentes, en el otoño de su vida y obra, la Universidad de Varsovia, a través del Instituto de Estudios Ibéricos e Iberoamericanos, en el marco de un coloquio internacional sobre su obra, Vidas narradas: testimonio, literatura y política en la obra de Elena Poniatowska, que culminó este pasado 13 de mayo, la galardona con la Medalla Honorífica a Eleny Poniatowskiej, por el diálogo intercultural entre México y la patria de sus ancestros, Polonia.
Agniezka Flisek, investigadora de la Universidad de Varsovia afirmó que Poniatowska incorpora en su literatura “los sectores invisibles al orden dominante, no para representarlos y poder decir la muda verdad de todos ellos, sino para hacer oír las innumerables voces de los que ‘nunca han tenido derecho a nada ni siquiera a que se les designe con un nombre, voces de los marginados de origen campesino e indígena, que engrosan los cinturones de miseria de la gran Ciudad de México” (prólogo a las crónicas Fuerte es el silencio, 1980). Lukas Czarnecki de la Universidad Pedagógica de Cracovia, destacó que la escritura de Elena “tiene la capacidad de resiliencia para enfrentar los rudos momentos de la vida, acercarse y levantarse con los demás, a pesar de todo. En palabras de Poniatowska: “las preguntas me han abierto la vía de acceso al mundo y es por eso que le tengo infinito agradecimiento a mi profesión. Una entrevista es una incógnita”. Y Bojana Kovacevic, investigadora de la Universidad Novi Sad de Serbia, destacó que en la obra de la periodista y escritora, destacan las reflexiones de los jóvenes estudiantes, la presencia de la mujer y la visión femenina del mundo, la Ciudad de México, la lucha por la sociedad, la vida cotidiana, la justicia, la crítica social, que a pesar de sus orígenes aristocráticos, Elena siempre ha luchado por los derechos humanos en todos sus libros. Ojalá que Elena siga siendo una periodista, escritora y poeta moderna, como destacó Octavio Paz, que consiste en la crítica irónica al altar y el trono, y que no la asimile ni su deslumbramiento y solidaridad con el líder social y ahora Presidente de México, Andrés Manuel López Obrador.
A su reconocimiento internacional, que comienza con sus libros de testimonios, como Hasta no verte Jesús mío y La noche de Tlatelolco, se van agregando múltiples crónicas, cuentos, novelas, ensayos, teatro y poesía, por los que cuenta con una veintena de premios y diez doctorados honoris causa, otorgados por organismos y universidades nacionales y extranjeras. Laureles a su obra que es una fuente de información cultural, estética, política, sociológica, antropológica, económica e histórica del pueblo de México (Enciclopedia of world biography). Premios a su labor crítica y poética que sólo puedo evocar aquí a manera de jirones, para sumarme a la algarabía polaca que agasaja a Elena Poniatowska.
Su carrera como periodista y escritora la lleva a conocer a la protagonista de su testimonio novelado Hasta no verte Jesús mío (Era, 1969), Jesusa Palancares (Josefina Borquez), quien, como le dijo a Carmen Aristegui: “[…] tan valiente […] que si todos los mexicanos fueran como esa mujer, estaríamos salvados”. Una recia mujer con la que Elena comienza a derramar luz sobre personajes olvidados, a los que saca de la noche y los muestra para un mañana por venir. Con la voz de Jesusa Palancares, una mujer de pueblo, recorre a pleno sol la reciente historia mexicana, la vida de la gente y sus tradiciones: “Cuando conocí al general Zapata era delgado, de ojos negros, encarbonados, con su bigote retorcido y su sombrero de charro negro, con bordados de plata […] Zapata no tiraba a ser presidente como todos los demás. Él lo que quería era que fuéramos libres pero nunca seremos libres, eso lo alego yo, porque estaremos esclavizados toda la vida. ¿Más claro lo quiere ver? Todo lo que viene nos muerde, nos deja mancos, chimuelos, cojos y con nuestros pedazos hace su casa. Y yo no voy de acuerdo con eso, sobre todo ahora que estamos más arruinados que antes” (Poniatowska, Hasta no verte Jesús mío, Era, 1969, p. 78). Y en tiempo de los cristeros, Jesusa Palancares, apasionada de las balaceras, atestigua: “La requema de los cristeros fue balacera de a de veras. Curas había pocos a la hora de la hora. Eran indios tarugos que se daban en la madre los que se levantaron en armas para defender a la Virgen de Guadalupe. ¿Qué le iban a defender estos pendejos a la Virgen si ella está bien guardada en su vitrina? Gritan: ‘¡Viva Cristo Rey!’ Y bala, bala y bala. Bala que das y bala que te pega. Y los curas tomando su chocolatito con bizcocho y poniendo a los santos de aparato” (Poniatowska, Hasta no verte Jesús mío, Era, 1969, pp. 206-207). Un testimonio novelado para amanecerse leyendo los nuevos poderes del lenguaje hablado.
Elena busca a Raúl Álvarez Marín, líder estudiantil, en el Palacio Negro de Lacumberri, para crear La noche de Tlatelolco. Testimonio de una historia oral (Era, 1971). Una crónica de la matanza del 2 de octubre de 1968, deslumbrante como las luces de bengala lanzadas por los soldados al caer la noche, en señal de ¡fuego! hacia las inocentes víctimas. Una desgarradora crónica para que los mexicanos ya no amaneciéramos igual y las generaciones futuras vieran con una luz distinta la noche del poder.
Tinísima (Era, 1992), en palabras de la misma Elena Poniatowska: “es su mejor orgasmo” (Tragaluz, Fernando del Collado, Milenio TV). Una novela de portentosa belleza, cuya investigación y creación le lleva diez años, como un ejercicio de comprensión e imaginación, pensamiento y poesía, donde el arte, la militancia y el amor riñen en el alma y el cuerpo de una mujer narrada por nuestra laureada escritora. Una epopeya moderna colmada de utopías y pesadillas, erotismo y misticismo, para revivir y novelar el mundo de Tina Modotti, una fotógrafa italo-americana a través de la primera mitad del siglo XX, que ofreció su inteligencia, creatividad y energía sin ser tomada en cuenta. Tina, quien compartió su casi medio siglo de vida con personajes proverbiales como Edwuard Weston, Diego Rivera, Xavier Guerrero, Julio Antonio Mella y Vittorio Vidali. Una narrativa iconográfica y una iconografía narrada, con la que configura el mundo cultural de la primera mitad del XX, para crear una visión alternativa de la relación nación-cultura, un nacionalismo internacional, un encuentro, como lo vislumbra Octavio Paz, entre la experiencia individual y colectiva y el pensamiento y la creatividad universal. Una novela que, como recuerda Poniatowska: “Si Gabriel Figueroa no me hubiera pedido un guión para una película sobre Tina Modotti, este libro no existiría” (p. 661). Porque a pesar de que la película no se filmó, Elena siguió transformando el frustrado guión cinematográfico en una de sus más monumentales novelas, en la que Tina retrata a México y Poniatowska a la fotógrafa y militante: “México es siniestro, piensa Tina con escalofrío. ¿Qué escribirá ahora José Pérez Moreno? No hace no dos años cubrió el asesinato de Obregón; luego en 29 el de Mella, y también en 29, el fusilamiento de León Toral, que sólo pudo decir: ‘¡Viva…!’ y recibió la descarga. Así son los mexicanos, al morir gritan que algo Viva. Viva Cristo Rey, Viva Villa, Viva la Revolución, Viva yo. Tiene razón Martín Luis Guzmán, en México las balas hacen fiesta”. (Poniatowska, Tinísima, Era, 1992, pp. 279-280). Pero Elena no resucita a Modotti sólo como heroína feminista, sino como una mujer que al hacer historia nos historiza, al reinscribirla en la imaginación del pasado, para recrear el presente. Tinísima es una cosmovisión alternativa de México: la reconciliación entre la historia nacional e internacional. Y también un interminable llanto por reconciliación entre el hombre y la mujer, a la espera del día en que ya no se deban nada, como deseaba el filósofo alemán Georg Hegel, desde su lectura de la Tragedia de Antígona de Sófocles en Fenomenología del espíritu. “Concha Michel pone en manos de Tina un librito: Dos antagonismos fundamentales, el del hombre y la mujer. Tina lo hojea y lee cómo la organización masculina esclaviza a la mujer al igual que al trabajador y cómo la rebaja en cada instancia. Lee: ‘A las antiguas hetairas (prostitutas hechas por el hombre) se les permitía cierta cultura en arte y ciencia, para que sus atractivos fueran mayores para el hombre y así pudieran proporcionarle mayor placer. A la mujer madre se le negaba toda cultura’. De pronto sus ojos se anegan y le sube desde lo hondo un llanto profundo y vasto que cae sobre el libro, sobre Concha, sobre sí misma, un llanto enorme que viene de muy lejos y no tiene por qué acabar jamás, y en medio de las lágrimas pide disculpas al vacío, a quien no la oye ni la ha oído jamás” (Poniatowska, Era, 1992, pp. 629-630).
Elena Poniatowska, en su crítica y poética entrevista, que tituló Octavio Paz, las palabras del árbol (Plaza y Janés, 1998), va por un sendero abierto, con el pas pas paso del camino, siempre por un bosque de palabras, donde Paz es el árbol de la vida para Juan García Ponce, Juan Soriano, Juan José Arreola, Juan Rulfo, Juan Martín, Juan Soldado y ella misma, cuando los días eran frutos y soles y el olmo daba peras: “Me tendiste esa hoja verde y la puse en mi mejilla […] Desde entonces, antes de leer un libro tuyo, lo lleno de hojas de árboles, para hermanarlas con las que están adentro y busco que se entiendan los castaños de savia con los escritos […] Y en cualquier página en que abra yo el libro […] siempre viene un árbol a mi encuentro convirtiendo tus poemas en ‘calzadas submarinas de luz verde” (Poniatowska, Octavio Paz, las palabras del árbol, Plaza y Janés, 1998, p. 21). Octavio es para Elena el hombre al pie de un árbol, hasta transubstanciarse en Árbol adentro. Por ello, en su Obra poética, 1935-1988 (Seix Barral, 1990), en sus 313 poemas, encuentra, a vuelo de pájaro, la palabra árbol 165 veces, acompañada de arboleda, sauce de cristal, chopo de agua, fresno, sauce, pino, eucalipto, follaje, hojas, ramas, enredadera, jardín. En la “Carta a León Felipe” encuentra: “[…] leo tu poema / bajo árboles fraternales / tienen nombres que tú no conoces / ellos conocen el tuyo / cae / sobre este verdor hipnotizado / una luz impalpable…” (Poniatowska, Octavio Paz, las palabras del árbol, Plaza y Janés, 1998, p. 153). Paz, para Elena, es el árbol de la poesía, que nos da a conocer el bosque de las lenguas: Pessoa, Apollinaire, Donne, Nerval, Mallarmé, Breton, Éluard, Pound, Char, Matsuo Basho, …y aunque califica su labor de jardinería, siembra poemas en español por los cuatro puntos cardinales y crea un enorme jardín de misterios: “En ti se concentra una verde algarabía en millones de hojas que se expresan por medio de la palabra […] Desde entonces sabemos del rumor del follaje, desde entonces tiemblan los intrincados jardines, juntan los árboles sus frentes porque has abierto, en medio de la jungla que nos agobiaba, una vereda luminosa y ancha por la que siempre, siempre llegaremos”( Poniatowska, Octavio Paz, las palabras del árbol, Plaza y Janés, 1998, p. 220).
Poniatowska, con los instrumentos de su crítica poética, elige una nueva alborada para los héroes olvidados en su novela El tren pasa primero (Alfaguara, 2005), premio Rómulo Gallegos 2007, en la que alumbra a Demetrio Vallejo, con una aurora que deslumbraría al héroe ferrocarrilero. Porque en una entrevista, en vida, Vallejo le dijo que “ningún líder tiene vida amorosa o emocional” (una afirmación que horrorizó a Elena Poniatowska Amor). Por lo que le inventó amores, sin faltar a los destellos de las huellas ferrocarrileras que Vallejo le reveló. El tren pasa primero es un poema habla de lo que siempre está sucediendo: “No había escapatoria. Para el gobierno corrupto y aprovechado […] la clase trabajadora era de esclavos y era normal que vivieran en las peores condiciones. Por eso no había salida. Bueno sí, largarse como los migrantes que se ahogaban a la mitad del Bravo y cuando lograban atravesar corrían el riesgo de morir en el desierto” (Poniatowska, El tren pasa primero, Alfaguara, 2005, p. 115).
Con Amanecer en el Zócalo (Planeta, 2007), una crónica pública donde están todas las voces, a boca de jarro, de la resistencia civil que en 2006 se alojó en el corazón de México, narrada por Elena Poniatowska, solitaria en la reflexión, espléndida en las descripciones, diversa en la entrevista, documental en la información. Un libro narrado desde abajo y por los de abajo, por quien jugó un papel crucial en la oposición, escrito con entusiasmo, el sincero pasmo de una mujer que, a pesar de que se encuentra inmersa en un movimiento social, no alcanza a explicárselo. Una crónica para conmemorar las controvertidas elecciones y el denunciado fraude electoral de 2006, con la demanda del “voto por voto, casilla por casilla”. Poniatowska siempre se ha enorgullecido de estar con las mejores causas: con los estudiantes en 1968, con los ferrocarrileros en 1959, con los damnificados en el Terremoto de 1985 y con Andrés Manuel López Obrador desde 2005. En palabras de la periodista, escritora, poeta y activista: “si se sienta en su casa a mecanografiar todo su rencor, es más fácil, en lugar de salir a la calle a recibir mentadas de madre, pero traicionaría su propia vida”. Amanecer en el Zócalo es una historia vista desde la pasión, pero a través de la luz del amanecer: “Pienso en el Zócalo […] A veces la Coyolxauhqui me toma de la mano y me destaza y tiene el rostro de Jesusa o de la mujer enmascarada de tierra que amamanta a la niña vieja Frida Kahlo, pero el Zócalo ya no huele a tierra porque es de piedra y hace mucho le arrancaron los árboles. A veces la situación es tan mágica que no me sorprendería si empezaran a brotar rosas de un ayate. A veces se me sube la presión, las sombras en la tienda de campaña se corporizan y oigo un rumor de fragua y sé que vamos a regresar. Somos un millón dispuestos a poner nuestro cuerpo cada vez que se llame a detener un atropello, una privatización, un fraude” (Poniatowska, Amanecer en el Zócalo, Planeta, 2007, pp. 394-395).
Elena Poniatowska Amor no recibe galardones a la vejez, como dice ella misma, sino a la memoria histórica de México, crítica y poética, a su pertinaz labor periodística y literaria, además del amor y compromiso por los demás. Una palma que le permite poner todo su empeño, que todavía es pródigo, para obsequiar una fresca sombra a todas las personas que, como diría Walter Benjamin, siguen teniendo esperanza por desesperanzadas.