Por Pola María
Reflexiones desde el no hacer
Alguna vez alguien me contó algo que parecía algún sueño más que la mera realidad. Pero creo que sucedió tal cual me fue contado porque la vida es justamente aquello que más sorprende en la memoria del ser humano. Situemos a un hombre alto, joven, algo rubio, caminando tranquilamente por la avenida Madero de Poniente a Oriente; su sentido del oído altamente entrenado le permite escuchar el sonido de una ambulancia que a toda prisa cruzaría la avenida desde alguna calle del Norte. Este joven tuvo la sensación extraña de que algo extraordinario estaba pasando sin poder asir tal pensamiento a la conciencia. Siguió caminando a la misma velocidad, pero ahora con un poco de subrayado en el ritmo de sus pasos cuando su sentido de la vista (o eso eligió creer) divisó no muy lejos, de Oriente hacia la dirección de su pecho, otra ambulancia con la misma urgencia abrirse paso entre los automóviles. ¿Cuál de las dos iría ya con pacientes? ¿Cuál de las dos apenas se dirigía al lugar del incidente?
No hubo otra cosa en el suceder de las acciones más que lo que ése joven vivió como lo netamente inevitable: el impacto de una ambulancia contra la otra fue brutalmente
impactante contundente
terminante tremendo avasallante
aniquilador.
Esa chica andaba cargada en esos días de calor. No cargada por embarazo, sí quizá por abandono. Comenzó a ver cosas extrañas:
Un día andando sin prisa por las calles del centro (a la altura de donde se compran las nieves de yogurt más ricas y grandotas de la ciudad), en medio del tumulto que siempre se hace en ese punto, vio con el asombro del que no da crédito cómo un hombre maduro se contorsionaba cual personaje de película de exorcismos. Ella acostumbrada a ver danza no comprendía cómo el cuerpo de una persona cualquiera lograba unir nuca y talones con tan dúctil elasticidad y fluidez. El hombre a un hombro de distancia yacía en el pavimento sin ella saber qué hacer. Pero la vida propia de las multitudes fue tan sabia que no tuvo más que seguir caminando, mirando de pronto hacia atrás para corroborar que aquello realmente había sucedido.
Pero antes de que eso le sucediera, ya días atrás se había dado cuenta de la energía poderosa y no precisamente positiva con que iba de un lugar a otro. Cómodamente sentada en la línea de sillones que permite mirar de frente la ruta, tuvo el tino preciso de levantar la mirada en el momento preciso que un joven volaba al lado de su bicicleta a escasos dos automóviles de la combi. Un joven avanzaba por los aires, y por la razón más extraña e incomprensible él volando le miró, cuando ella salió un segundo de sus cavilaciones levantando sus ojos justamente hacia los de él. La combi siguió en ruta, algo musitó el chofer respecto a que por el retrovisor alcanzó a ver que no había sido fuerte el golpe. Tal parece que el chico supo caer, y de inmediato ponerse en pie. Ella no pudo ver nada más. No recuerda si bajó inmediatamente la vista, como si aquél hubiera logrado provocarle vergüenza por mirarle en tan incómodo momento. Pero el momento fue registrado en su memoria como algo que nadie más en el vehículo parecía haber notado.
Finalmente, y tiempo mucho después donde visiblemente su estado de ánimo ya era más fresco, pudo ver también desde los asientos del transporte público cómo una camioneta relucientemente nueva salía de la agencia de Tres Puentes a velocidad mínima pero perseguida por un hombre obeso que dudaba en si correr era necesario. Y lo fue. El conductor en evidente desinterés por aquél señor que le seguía dio vuelta a la derecha y se puso en curso de la circulación vehícular, donde en cuestión de algunos metros ya era imposible recibir los golpes en el vidrio cerrado del copiloto con que el pobre hombre intentaba detenerlo. Tuvo que correr, y entonces ella vio un abrupto tropiezo del hombre obeso que le hizo tocar con el ombligo el pavimento, y en el péndulo del ir hacia el piso de nuevo incorporarse para intentar escasos cuatro pasos más continuar corriendo. Parecía como si todo fuera una broma lenta, y ella nunca supo si aquello fue el robo más sutil y bochornoso de la historia.
La vida es tan chistosa, pero a veces cuesta bastante agarrarle el sentido del humor.
Imagen: El obrero (2015), óleo de Cecilia Vega Ruíz