Por: Paola María.
Morelia, Michoacán. – La dualidad es un sello de mi cultura como mestiza. Es posible que como tal mi manera de percibir la existencia sea muy limitada en relación a otro tipo de culturas, pero este es el lugar que habito y desde el que emerge hoy un nuevo sendero en la práxis creativa del compartir. Pienso entonces en el día y en la noche, en la alegría y en la tristeza, en mujer o varón, en la soledad o la compañía: en el sí o el no… o en todo caso, ambos. Y quizá podría ser que el amor sea el único y grandioso concepto que trascienda la radicalidad del ser o no ser. Amo, lo sé. Amo con distintas partes de mi cuerpo, con todos los colores, amo con plenitud y egoísmo. Temo: al fracaso y a la muerte, al padecimiento.
La vida del hacer hace referencia a todo aquello de nuestra actividad diaria cuya implicación directa se relaciona con la búsqueda de una cómoda sobrevivencia, la cual a mi ver se mantiene en inevitable correspondencia con la vida del no hacer, o como lo postula Castaneda : la realidad del no hacer. Explico: estoy condenada por genética a una vida de sensibilidad estética. Esto ya lo ha dilucidado antes mi hermano menor, quien también es atraído por la inercia del imponente sello musical que nuestros padres y abuelos han dejado como gran herencia. Una herencia que viene de siglos de evolución alrededor del globo terráqueo, y que ha llegado a mí no precisamente por emulación profesional del área, sino hablo de aquella sensibilidad humana que me ha llevado a complejizar la existencia en formas trágicas como sublimes. Pero definitivamente una vida “ascéticamente estética” es un ideal, una utopía, y por demás: indeseable. Hay que comer todos los días, hay que cagar, hay que coger, hay que gritar; y por más poesía que se le quiera atribuir a lo mundano, un hogar sin la materia física del agua impide todo intento de trascendencia. Definitivamente la realidad del no hacer, que corresponde según su inventor al mundo de lo mágico, de lo creativo, de lo onírico, de lo galáctico y metafísico, es imposible que surja sin pragmatismo, ni se experimenta en la exclusividad del genio o el sabio: el soñar es intrínseco del ente subjetivo, del hombre que se sabe hombre. Así adquirimos nuestra fragilidad: el cuestionamiento filosófico del vivir es paradójicamente capaz de aniquilar, en toda la literalidad de la palabra, la vida de las personas.
Puede ser: confusión y contradicción, pero me permito hacerlo. En este mundo este, ya se ha dicho todo a la vez que aún existe lo hacedero; el éxito deriva de un mar de circunstancias y lo bien hecho corresponde a una occidentalidad caduca. Las palabras pueden inventarse y se han creado para equivocarse. Con elegancia. Finalmente, no escapo a lo ambivalente, lo cual no es pretensión.
La dualidad del hacer y el no hacer es tal como la dualidad en mi par de piernas. Soy bailarina. Me jacto de serlo sin siquiera pisar el foro, y soy madre entrenando todo el tiempo para montarme al escenario diario. Un cuerpo erotizado cuya mente cavila entre la efectividad de la moneda y la singular multi-isóptica con que todo puede llegar a mirarse. De lo nimio y lo trascendente: el pequeño detalle capaz de construir lo verdaderamente extraordinario .
Escribo como una manera de asirme al estar y eludir con tranquilidad mi muerte, y son alegres estas letras porque conllevan un agradecimiento a la posibilidad. Me presento ante quienes decidan leer mis piensos que religiosamente habrán de estar publicados aquí cada semana. Me siento libre, eso agrada. Como agrada aquello que puede alojarse en la entrepierna, (o en cualquier otro lugar donde la mirada no se haya posado ya de la misma forma).