Por: Paulina María
Tiempo de extranjera
Es posible que mi corazón tenga acumulados un montón de dolores, y que el ardor de mi espalda
se deba a que me estoy convirtiendo en árbol. No entiendo la razón por la que el oxígeno no
puede entrar a mi pecho, ¿será que estoy próxima a mi muerte? Repetirlo ya me causa menos
miedo, no es la muerte sino el tiempo lo que compartimos democráticamente con cada ser vivo.
Me mudé de ciudad hace un par de meses exactamente, y con la mudanza también muta la
percepción del tiempo. Caminar por calles que se van conociendo por primera vez, aprender
nombres de personas que se integran a tu vida. ¿Cuál es el tiempo de la distancia, el tiempo de la
nostalgia, el tiempo de la novedad?
Adquiero un lugar distinto que me resulta ajeno, un espacio que debe ser labrado con las huellas
de la presencia para poder nombrarlo nuestro. Desconozco el lugar dónde se ubican los objetos y
no diferencio los rincones que son más fríos; las cajas de cartón forman parte del paisaje, las
cortinas aparecen sin bastilla. No hay cama para dormir apapachada, aunque las sábanas siguen
siendo las mismas mi cuerpo no logra acomodarse.
Es difícil desligar el momento primero en que se abren las puertas del que será tu domicilio de
aquéllas escenas arquetípicas de largometrajes: un mundo blanco y vacío ante ti, listo para ser
llenado. Entran nuestros pasos en ese fragmento de vida donde la mirada es muy libre y sólo va
hacia adelante, instante antes de la implosión en que la casa adquiere sus verdaderas
dimensiones. Y entonces viene la distribución del capital: quién con el cuarto más grande, quién
con el que tiene más luz, quién con el de mejor ubicación. El poder comienza a instaurarse a partir
de que la ropa es puesta en las repisas y se procede a clavar la pared. La organización nos tiene
perdidos los primeros días, es mejor resignarse a comer en algún rincón del piso y salir a pasear lo
más que se pueda. Pasan los días y el hogar se va edificando.
De la economía…mejor no hablamos.
Ir y andar por la nueva ciudad, no tener asignados todavía los puntos donde ha de posarse la vista
una vez que se establezca la rutina. Preguntar por ubicaciones desde un cuerpo que parece
estrenado: ligero, abierto. Equivocarse, y perderse sabiéndose con anticipación perdida; mientras
no se olvide el trazo para regresar, cualquier destino es bueno. Llegamos cargados del privilegio de
la ignorancia, aún no adquirimos la medida de los minutos y nuestros arribos son impredecibles.
Cuando hay calor a tu lado, todo esto se disfruta demasiado.
¿Cuál es la duración de este estado? En todo caso es una sensación que bien merece ser
conservada, una carta como “as bajo la manga”, un boleto abierto para utilizar como comodín en
la ocasión que se requiera emprender un nuevo viaje, para escapar, para construir. Para volver a
comenzar, y recorrer con ojos de la memoria todo aquello que ya se vivió.
Imagen de portada: “Hormigas humanas”, fotografía by Antonio I. López Liera. 2019