Por: Rosario Herrera Guido
El vestido es la expresión de la sociedad.
Honoré de Balzac
Morelia, Michoacán.- Escribo esta modesta y breve nota, el lunes 3 de agosto de 2020, cuando en la Tierra del Sol Jaguar se reportan 47,746 defunciones por covid-19. En un tiempo en que debido a la visita para “celebrar el T-mec” y/o para apoyar electoralmente a su amigo Trump, el Presidente Andrés Manuel López Obrador tuvo que hacerse dos pruebas de covid-19 y usar cubrebocas. También apareció el doctor Hugo López-Gatell ante los medios con el “inútil cubrebocas”, confirmando su relatividad, junto con la mortandad, la imprecisión en los datos a nivel nacional, el suspenso del semáforo, el regreso de los estados a semáforo rojo y la derivación de la responsabilidad a los gobernadores y ciudadan@s del desbordamiento de contagios y decesos.
Recordemos que tras la notificación de China a la ONU, el 31 de diciembre de 2019, sobre múltiples casos de neumonía en Wuhan, en enero de este 2020, el Gobierno de México le vendió insumos médicos a China para su emergencia sanitaria, por no reconocer o prever su pronta e inminente necesidad. Y el 9 de abril el Gobierno de México tuvo que comprar de urgencia y más caros, insumos médicos para covid-19, a la misma China. Desde el principio hasta el momento, dos temas de prevención del covid-19 han sido minimizados y tratados con ambigüedad: las pruebas, para detectar y aislar contagios, descalificadas por no ser seguras y caras (Obrador y Gatell) y el cubrebocas (que hoy sirve y mañana no), y que en una forma psicotizante hoy vemos a secretarios y funcionarios de alto nivel usándolo a un lado del Presidente, que pareciera presumir no usarlo.
Desde la llegada del covid-19 a México, el 28 de febrero de este 2020, no han faltado las compresibles pero politizadas mezclas entre Estado Sanitario y política electoral, medicina y política, el imperio de la biopolítica (Foucault y Agamben), rumbo al 2021 y 2022, e incluso el inconstitucional revestimiento del gobierno de cierta gloria espiritual y religiosa, para sacralizar al mandatario de izquierda (Agamben, El reino y la Gloria, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2008:9-98). Porque el Presidente, ya con la pandemia pisándole los talones, saca de la bolsa de su camisa un objeto sacro con el que no sólo difunde públicamente su fe, sino que a través de dicha imagen, especie de Vade Retro Satana, con la invocación “Detente enemigo, el Corazón de Jesús está conmigo”, comparte su reliquia contra el covid-19. Un pío momento en el que era urgente dar una respuesta de Estado, republicana, diplomática y de política pública sanitaria, que el Presidente tardíamente expresó y anunció implementar, sin poderlo evitar, en este orden: “la pandemia de covid-19, será profesionalmente atendida por técnicos, médicos y científicos (estos últimos hasta el final, por su prejuicio, desprecio o conflicto con la ciencia y los científicos, de quienes en otra ocasión expresó en su conferencia mañanera que: “no me gustan los investigadores porque inventaron la Bomba Atómica”).
Con un mensaje así, de parte de la máxima autoridad del Estado Mexicano, no era difícil especular lo que seguía sobre recursos financieros, infraestructura hospitalaria, coordinación profesional, insumos necesarios, a tiempo y con equidad republicana y federalista, equipo médico, pronta detección masiva de contagios con pruebas confiables y aislamiento de los infectados, atención a tiempo de casos críticos, conducción ciudadana ante la contingencia, medidas claras, acordes con una política de Estado y firmes desde la máxima y la diaria tribuna del país, sobre sanidad (lavado de manos, no tocarse boca, nariz y ojos, sanitizar todas las áreas y objetos cotidianos, aislamiento necesario, evitar conglomeraciones y el cotidiano uso del cubrebocas, para tod@s … en especial el Presidente y el Coordinador del Control de la Pandemia, porque su liderazgo es un símbolo identitario colectivo, más aceptable consciente o inconsciente por la población, además de la pronta determinación de rituales funerarios y expedición de certificados de defunción, para que los deudos pudieran incinerar o sepultar a sus difuntos.
Ciertamente, el gobierno, su gabinete, los funcionarios de salud, el heroico cuerpo del personal médico, enfermería, paramédico, camilleros y afanadores, supieron improvisar y estar a la altura de las circunstancias, aunque sea “al estilo México lindo y querido”. Asimismo, apresurar espacios hospitalarios, como los de la Secretaría de la Defensa Nacional, con el Plan DN III para salud, acondicionar áreas emergentes de covid-19, contratar personal médico adicional, apresurar compras de insumos al extranjero y respiradores. Sin olvidar que, uno de los méritos más difundidos por la coordinación oficial de salud, ha sido que desde el principio hasta la fecha, no se han saturado los hospitales; una notable diferencia con el resto del mundo, pero que desestima cualquier lectura periodística o historia oral popular, según entrevistas en medios o conversaciones entre vecinos: no se saturaron los centros de salud de covid-19, a costa de regresar a no pocos contagiados a su casa… a recuperarse con un posible tratamiento sintomático y esperar a que su sistema inmunológico les ayudara a recuperarse, y regresar sólo en caso de complicaciones al hospital, a veces graves, cuando ya no había gran cosa qué hacer, y que murieron en sus casas o al llegar al hospital.
Hay una medida de política pública en salud, que desde el principio de la pandemia de covid-19, la Organización Mundial de la Salud (OMS), difundió no sólo como complemento sino como sustancial para evitar el contagio: el cubrebocas. Pero como sabemos, desde una histórica conferencia mañanera, el Ejecutivo jugó unas chuscas pero peligrosas cartas para la nación, que el científico encargado de la pandemia no dudó políticamente en validar: “el presidente no se va a contagiar por su estatura moral”; y que el Presidente se encargó de difundir en sus posteriores presentaciones públicas y giras, que también le autorizo el epidemiólogo: para no contagiarse, sólo es necesario practicar su lema favorito desde su campaña “no mentir, no robar y no traicionar”; con lo que le enviaba un claroscuro mensaje al pueblo “sólo se van a enfermar los malos”. Así fue como el covid-19 dejó de ser un virus mortífero y se convirtió en un producto del pecado, la inmoralidad y la corrupción, con lo que Obrador pasaba de líder social a Presidente Electo democráticamente… y a un Ser Sacro. Y a esto se prestó también el científico: a inmunizar médicamente sacralizando al Presidente.
Por eso, en el horizonte de toda la pandemia, el cubrebocas es un ambiguo y relativo objeto que hoy no sirve y mañana también. O que, como recién declara el propio Presidente: “No me lo voy a poner hasta que se acabe la corrupción”. Producto de una ¿voluntad férrea, convicción, reto a sus adversarios o jaloneo político? Ojala que sea todo esto, menos el capricho, ya que por puro afán personal, que es el capricho, roza el exceso, que pertenece a la dimensión de la tragedia (verbigracia, la tragedia de Antígona de Sófocles).
Mientras tanto, hasta quienes participaron muy activamente en su campaña y defienden todo el programa y políticas públicas sin cuestionamiento cual ninguno a la Cuarta Transformación (4T), a finales de julio y desde Chiapas, me enviaron un cartel por whats up convocando, como un Reto para la Salvación de Todos, el hashtag #todosconcubrebocas del 1° al 15 de agosto, para bajar contagios; una acción ciudadana que muestra con claridad meridiana el deslinde del “pueblo bueno” con el Presidente, al menos con esta ausencia de política pública en salud, como una medida preventiva; un asunto que el Presidente debería estar leyendo como un tema de Seguridad Nacional.
En contrapartida, el panorama científico mundial y nacional indica que ya se cuenta con evidencias científicas vigorosas, que permiten ponderar criterios de control y atención con prontitud y eficacia las políticas públicas para prevenir el contagio de covid-19. Evidencias que modifican la información que teníamos en diciembre de 2019 y enero de 2020. Entonces, el contagio del covid-19 provenía de las gotículas que se expulsaban por boca y nariz y se esparcían con el virus en las superficies, por lo que había que lavarse las manos, no tocarse boca, nariz y ojos, desinfectar todas las superficies y objetos de uso cotidiano, usar a la entrada de casa y espacios públicos un tapete sanitario para desinfectar los zapatos, cambio de ropa y baño al regreso a casa, porque esas gotículas podían caer sobre las personas, su ropa y pelo a un metro y medio de distancia (medidas difundidas por el gobierno y medios).
Pero al paso del tiempo, estudios científicos experimentales, con controles comunitarios y sociales, probaron un conocimiento más avanzado del virus y empezaron a difundirse: 1) su transmisión es por gotículas y microgotículas que se quedan en las partículas del aire, por lo que la transmisión a través de los aerosoles de voz, grito, tos o estornudo en espacios cerrados, podía provocar contagio a mayor distancia y por menos tiempo y 2) que si había muchas personas asintomáticas, entonces era indispensable que las microgotículas del aerosol que emitían las personas encontrara un obstáculo para propagarse: el cubrebocas, de doble capa de algodón.
No olvidemos que nuestro Premio Nobel de ciencia, Mario Molina, en la página de su Centro de Investigación, publica un importante y determinante artículo sobre la transmisión aérea como la principal fuente de contagio para covid-19. Un resolutivo científico que es preciso acompañar con 172 estudios científicos mundiales de seis continentes. Ya en este momento las evidencias y recomendaciones sobran, como las del Centro de Control de Enfermedades de Atlanta, en los Estados Unidos de Norteamérica, que recientemente difundió que si todos usáramos cubrebocas durante cuatro u ocho semanas sería posible detener de manera sustancial el contagio del covid-19.
Por consiguiente, resulta un desatino que la política arropada con la religión, desestime el uso del cubrebocas con fines que no son sanitarios, médicos ni científicos, como han sido los casos de EU, Brasil y México. Porque ya en este momento, que México tenga el tercer lugar mundial en fallecimientos por covid-19, no honra a nadie ni contribuye a la acumulación de ningún capital político. Además, no hay que olvidar que el excedente en defunciones, que puede ser fatal, todavía no es posible contarlo ni difundirlo.
La negativa del Presidente a usar cubrebocas es entendible desde su visión, programa de gobierno o campaña política, aunque no justificable. Pero el doctor Hugo López Gatell cuenta con un Posdoctorado en el Departamento de Epidemiología de la prestigiada Universidad Johns Hopkins Bloombeg School of Public Health, Baltimore, Maryland, USA (2006), por lo que seguramente antes y durante la pandemia de covid-19 ha leído toneladas de estudios científicos y experiencias hospitalarias para perfeccionar su criterio profesional de intervención epidemiológica, no sólo para la población, también para el Presidente, máximo símbolo identitario del país.
Por todo lo anterior, resulta en verdad esperanzador y salvífico que, finalmente sea la ciudadanía, por sentido común de supervivencia, salga a izar la bandera y proponga una salida remedial al creciente y amenazante contagio de covid-19. Porque a falta de liderazgo federal en políticas públicas en salud, en esta particular y nada despreciable medida preventiva, mientras no haya medicina efectiva ni vacuna, la ciudadanía promueva una pedagogía social que coopere con una parte importante del control de este flagelo sanitario que está cobrando miles de vidas y arrastrando de forma alarmante a la pobreza a la población. Una campaña ciudadana que, curiosamente, recuerda las palabras del máximo líder y Presidente de México, Andrés Manuel López Obrador: “Sólo el pueblo puede salvar al pueblo.”