Por: Elena Guarín.
Morelia, Michoacán. – Por “diferencias” y relaciones amorosas, pero no por la práctica de su oficio religioso, es lo que hay detrás de los asesinatos de los sacerdotes en 2016 y 2018 en Michoacán, según las investigaciones de la entonces Procuraduría General de Justicia.
Como parte del principio de publicidad que caracteriza el nuevo Sistema de Justicia Penal, se hicieron del dominio público las causas penas correspondientes al homicidio calificado de un sacerdote en Puruándiro el 19 de septiembre del 2016 y de otro desaparecido en Uruapan, pero cuyo cadáver fue hallado en la tierra caliente, el año pasado.
En el homicidio del padre de Janamuato, el Ministerio Público poco o nada logró investigar sobre el móvil del crimen, en la formulación de imputación solo alegó que “siendo aproximadamente las 23:00 horas, tuvieron diferencias entre los acusados y la víctima”, quedando en el aire sin resolver las dudas del ¿Por qué? Que en estos casos atormenta a las víctimas indirectas.
Pero en lo que se refiere al sacerdote que un día desapareció tras haber celebrado misa en Matanguaran, Uruapan, la representación social fue muy puntual. Aquel fatídico día “…aproximadamente a las 20:20 horas privó de la vida a la víctima /////////, esto después de que se encontraba estacionado en una camioneta marca /////////, línea /////////, color /////////, modelo /////////, serie /////////, placas de circulación /////////, del Estado de /////////, en el mercado de Nueva Italia, Michoacán, donde estaba esperando a ///////// y /////////, con quienes mantenía relaciones sexuales desde tiempo atrás…” (sic), dice a la letra el expediente de la vinculación a proceso.
En ambas coberturas periodísticas, tras la detención de los principales sospechosos, la Iglesia a opto por el total silencio. No ha querido ahondar en detalles, pero no sin antes deslizar sobre la mesa la tentación de acusar que en Michoacán ser sacerdote es un riesgo latente.