Por: Dulce Sol
Morelia, Michoacán.- El presidente de México AMLO ha destacado la importancia de pedir disculpas, cuando así lo solicitó al gobierno español por las vejaciones cometidas en la conquista con los pueblos originarios. En el tenor de cosas que pasaron hace tiempo pero que no por eso dejan de ser injusticias, hace poco se destapó gracias a la cuenta de Twitter: Periodistas Unidad Mexicanas (PUM) una serie de acosos sexuales cometidos por parte de reporteros, periodistas, fotógrafos y jefes de información de medios de todo el país, incluyendo del estado de Michoacán.
Inmediatamente surgieron muestras de apoyo, pero no de todas las mujeres, algunas salieron a defender a los presuntos agresores, pero lo más desagradable de todo fue que algunos hombres, también reporteros cuestionaron y dudaron de los testimonios de las compañeras. Incluso comentaron en algunos programas- “Si es verdad lo que dicen que presenten pruebas y que no se quede solo en chisme”-. Como si denunciar fuera tan fácil y en lugar de eso las afectadas prefirieran chismear al respecto.
Pero ¿Cuáles son las pruebas de un acoso? La idea suena ilógica, sobre todo si el suceso ocurrió tiempo atrás, quizá meses o años, pero vino a destaparse hasta ahora gracias al movimiento feminista y a la fuerza de algunas valientes mujeres que se decidieron a denunciar. Este movimiento de lo que va es de convertirse en una herramienta para visibilizar la problemática.
Más allá de una denuncia formal, lo que #MeToo pretende es delatar al victimario de manera informal, toda vez que la víctima no ha encontrado los cauces legales que le brinden respuesta o resultados. Y se expone no solamente violencia emocional, sino también física o sexual que no puede denunciarse ni probarse ante las “instancias correspondientes” porque o pasó hace tiempo, porque no hay evidencias, o simplemente porque el derecho no lo considera delito.
De hecho evidenciar cualquier tipo de acoso no es para nada fácil (las mujeres no me dejarán mentir). Incluso cuando alguien te grita una leperada en la calle (lo que algunos llaman piropo) una se siente confundida, no sabe cómo reaccionar. Quizá lo hacemos con miedo, con asco y a veces hasta con culpa, pues el patriarcado se ha encargado de meternos en la cabeza que somos nosotras las que “provocamos”. Cando esto no es verdad. El acoso en cualquier forma es violencia, aunque hayamos normalizado lo contrario.
Quizá porque desde la carrera de Comunicación se aprende a no afectar a tus colegas independientemente de lo que hagan mal. O al menos esa era una de las premisas que se escuchaba de manera recurrente en las aulas de la carrera de Periodismo: “Perro no come perro”, siendo esta la favorita de un profesor en específico que la repetía constantemente en la materia de medios, hace aproximadamente 10 años atrás (hoy tal vez es diferente).
A pesar de que la propuesta era confusa, el cuerpo estudiantil la entendía como que las personas que laboraban en los medios de comunicación algunas veces podrían equivocarse o no tomar las mejores decisiones, pero al final todo era justificable y que no era tarea de colegas denunciarles. Sin embargo gracias a que el movimiento de “Me Too” permeó también el ámbito periodístico está frase ahora no tiene sentido y ya no existe más la comodidad del silencio.
Es momento de que las mujeres alcen la voz y denuncien eso que quizá se han guardado durante años, y no solamente con escritores, activistas, periodistas o gente conocida, sino también con todos los hombres que están a nuestro alrededor. Hacerles saber que el acoso no es normal y que debe parar. #YoSíTeCreo
Termino este texto replicando lo que una usuaria de Twitter publicó: “Dice mi hermana que para cuándo el #MeTooDonNadie, que porque los batos que nos son escritores, ni académicos, ni activistas ¿Qué onda? ¿Que a esos dónde los exponemos?
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